miércoles, 30 de diciembre de 2020
Buena educación (Una Marson)
miércoles, 23 de diciembre de 2020
El señor Descartes (Leonardo Sinisgalli)
domingo, 20 de diciembre de 2020
A la que pasa (Charles Baudelaire)
lunes, 14 de diciembre de 2020
Hombre muerto (Sergio Beleiro)
Aparenta que está vivo. Pero es
hombre muerto.
Está sentado en el banco de la
plaza cuando la mañana se aproxima con nubes de lluvia, con aires de tormenta.
Aparenta que está vivo por la
posición y porque la campera ahora no deja ver la sangre en la remera y no hay
nadie para verla debajo de su asiento.
Es como que no quiso resignarse y
al no poder estar parado no quiso dejarse caer y terminar horizontal y
desordenado sobre el pedregullo y el polvo que en un rato estará mojado por la
lluvia que disolverá en parte su sangre.
Logró sentarse y cerrar un poco
la campera.
No, no quiso resignarse pero se
dio cuenta de que no tenía escapatoria.
Se le iba la vida y no podía
hablar como cuando lo acuchillaron no atinó a gritar o no pudo y tuvo que
limitarse a un ¡ay! mordido y corto que nadie pudo escuchar, ni sus asesinos.
Ellos se fueron y nadie llegó
todavía.
Sin celular, dinero ni
documentos, espera lo inevitable; tiene los ojos cerrados y casi no respira.
No tiene a nadie y no piensa en
nadie más. Piensa en que se va.
No quiere ver sus manos, que la
muerte deja caer, ni su pecho que ya no volverá a hincharse.
Las primeras gotas de lluvia caen,
un trueno agita la plaza y los árboles se revuelven en un remolino ante el
soplo inusual del viento.
La tormenta fuerte, al
abalanzarse sobre el parque, lo encuentra muerto.
Tardará todavía un tiempo para
que la lluvia amaine, la mañana crezca y alguien vea la figura en el banco y le
parezca raro ese señor mojado e inmóvil que parece muerto.
El muerto no aparenta nada y la
herida en su cuerpo dirá claramente en la autopsia que no fue suicidio sino asesinato.
Cosas de la vida…
Siempre habrá un cadáver.
sábado, 12 de diciembre de 2020
Vida después de la muerte (Joan Larkin)
en la vida después de la muerte, no sé dónde estará
su carne ahora que terminó de pudrirse sobre sus huesos
largos en el cementerio judío —debe ser el único
converso abajo de esas filas y filas de lápidas.
Una vez, mientras lavaba los platos en una cocina angosta
lo oí silbándome detrás. Se me heló la nuca.
Desde esa vez nunca me volvió a pasar algo así. Pero esta mañana
íbamos juntos en un avión a Virginia. Yo tenía 17,
estaba embarazada y con miedo. Me esperaba un aborto,
la cama de huéspedes de mi tía empapada de sangre, mi madre
gritaba — y él decía que los chicos se meten en problemas—
ahora lo estoy entendiendo: eso era el perdón.
Creo que si hubiera vivido habría cambiado y crecido
pero qué hubiese hecho con mi aluvión de palabras
después de que, mientras el avión aterrizaba en
Richmond a plena luz del día y la azafata caminaba
entre las filas de asientos con su pollera impecable
y la blusa metida adentro, me dijo en voz baja
Nunca le cuentes esto a nadie.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
El cenicero (Juan Leyva)
miércoles, 2 de diciembre de 2020
El poema de la puente - El poema del puente (Donna Kate Rushin)
Estoy harta
enferma de ver y tocar
ambos lados de las cosas
enferma de ser la condenada puente de todos.
Nadie
se puede hablar
sin mi
¿No es cierto?
Explico mi madre a mi padre
mi padre a mi hermanita
mi hermanita a mi hermano
mi hermano a las feministas blancas
las feministas blancas a la gente de la iglesia Negra
la gente de la iglesia Negra a los ex – jipis
los ex – jipis a los separatistas Negros
los separatistas Negros a los padres de mis amigos.
Después
tengo que explicarme a mí misma
a todos.
Hago más traducciones
que las malditas Naciones Unidas.
Olvídense
me enferman.
Estoy enferma de llenar sus huecos.
Enferma de ser su seguro contra
el aislamiento de sus autoimpuestas limitaciones
Enferma de ser la loca de sus cenas festivas
Enferma de ser la rara de sus meriendas de domingo
Enferma de ser la única amiga Negra de 34 individuos blancos.
Encuéntrense otra conexión con el resto del mundo
Encuéntrense otra cosa que los legitime
Encuéntrense otra manera de ser políticas y estar a la moda.
No seré su puente a su femineidad
su masculinidad
su humani- dad.
Estoy enferma de recordarles que no
se ensimismen tanto por mucho tiempo.
Estoy enferma de mediar sus peores cualidades
de parte de sus mejores.
Estoy enferma
de recordarles
que respiren
antes de que se asfixien
con sus propias tarugadas.
Olvídense
crezcan o ahóguense
evolucionen o muéranse.
La puente que tengo que ser
es la puente a mi propio poder
Tengo que traducir
mis propios temores
Mediar
mis propias debilidades.
Tengo que ser la puente a ningún lado
más que a mi verdadero ser.
Y después
seré útil.
Traducción: Ana Castillo y Norma Alarcón.
miércoles, 25 de noviembre de 2020
Amar en tiempos del egoísmo (Carmen Rocamora)
miércoles, 18 de noviembre de 2020
poema con puente (Sergio Beleiro)
sábado, 14 de noviembre de 2020
La palabra que sana (Alejandra Pizarnik)
Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.
De Extracción de la piedra de la locura, 1968.
Rescate (Alejandra Pizarnik)
a Octavio Paz
Y es siempre el jardín de lilas del otro lado del río. Si el alma pregunta si queda lejos se le responderá: del otro lado del río, no éste sino aquél.
De Extracción de la piedra de la locura, 1968.
Tomado de La poesía del cincuenta, Centro Editor de América Latina, 1981.
jueves, 12 de noviembre de 2020
locura / cordura (Sergio Beleiro)
miércoles, 4 de noviembre de 2020
Toda vida (René Char)
jueves, 22 de octubre de 2020
No es una elegía por Mike Brown (Danez Smith)
sábado, 17 de octubre de 2020
Fin de cuentas (Sergio Beleiro)
La pasó mal. Semanas, meses, tal vez más tiempo. El origen de los problemas venía de mucho más atrás. De un momento impreciso que no alcanzaba a recordar. Un asunto de años.
Los últimos tiempos, siempre lo mismo, reproches, acusaciones infundadas o no, destratos, en la intimidad o frente a todos.
Primero fue
el ultimátum. "Andá buscándote algo, un lugar por ahí, esto no da para
más".
Y empezó a
buscar; pero no se quería ir. Estaban los chicos, la casa; esa misma casa por
la cual nunca se había preocupado demasiado. Estaba ella, estaban los buenos
momentos.
¿Por qué no
podrían reconciliarse?
Si bien
anduvo averiguando por algún lugar a donde ir, fue posponiendo el momento.
¿Por qué,
después de tantos años, no podía sentarse y hablar con ella?
Había algunas
cosas por hacer, ponerse la pila, resolver algunos de los ítems de la lista de
reproches que ella podía recitarle sin esfuerzo, aunque ya estuviera cansada de
exigírselas.
Cada una de
esas cosas, de manera inexorable, salía
a relucir cuando Diana explotaba, como si fuera un volcán que, periódicamente,
entraba en erupción.
No dejó las cosas como estaban. No.
Resolvió un par de renglones de la lista y más adelante intentaría con el
resto. Pila, tenía que ponerse la pila.
Y no se fue.
Días,
semanas, meses, los mismos hechos que se repiten.
Las pilas se
agotan y los volcanes empiezan con sus humos y siguen con fuego y lava sobre
los antiguos sedimentos.
"Se
terminó, agarrá las cosas y andate".
Diana le
partió el corazón. Se fue casi con lo puesto.
Los chicos
no estaban, les explicaría ella. Ya eran adolescentes, pero sería un mal trago.
Por las
noches, hablaba con ellos por teléfono y después se ponía a llorar.
Tenía que
ponerse los pantalones, cambiar las cosas, procurarse lo que ella le pedía. No
iba a poder volver con las manos vacías, pero necesitaba tiempo.
¿Era tan
importante?
¿Era tan
difícil?
Se prometió
resolver las cosas. Le prometió el gran cambio. ¡El cambio!
Volvió.
Volvieron.
Días, semanas, meses. Las baterías se
agotan y los cambios no llegan o tardan más de lo debido.
"Uno
se acostumbra a todo, los malos momentos no son una excepción".
Siempre
las mismas cosas, las mismas peleas, las no peleas, los mismos reproches. Esa
maldita lista.
"¿Uno
se acostumbra a todo?"
"Hacé
el bolso”
” Cuando
vuelva del trabajo, ya no te quiero ver".
Y se fue.
Se acomodó
en un hueco sin gas ni agua caliente. Comía en el boliche de unos amigos y se
iba a bañar a la casa de otro. Durante el día alguno de los chicos pasaba a
visitarlo y era su gran alegría.
Esta vez
ya no lloraba. Estaba bien, pero se tenía que poner las pilas, más pilas,
arreglar el hueco, hacerlo habitable. Un poco de ejercicio para ponerse en
línea. Un poco más de amigos, para evitar el vacío. Agenciarse alguna diversión
porque, al fin de cuentas, la vida sigue.
¿Y Diana?
Le parecía
o presentía, que si lo intentaba podría volver, a lo mejor faltaba un poco más
de tiempo; ella lo quería, seguramente lo esperaba.
"No me
puede dejar de querer de un día para el otro."
Un mes
después lo llevaba muy bien. Estaba tranquilo. Ya no la pasaba mal como en los
últimos meses. Lo invitaron a comer unos amigos y llamó a otro para ver si
podía pasar a bañarse por ahí. "Sí, ¡cómo no!".
Antes de ir
pasó por la casa, por la casa que a pesar de todo también seguía siendo suya.
"¿Vas
a ir a bañarte allá?” ” No molestés a la gente. Bañate acá."
No lo pensó
dos veces. Se bañó, usó un perfume de sus hijos, se cambió y cuando iba a
despedirse, ella le dijo que se quedara, que había pedido pizza y ya llegaba.
Dejó la otra invitación de lado. Sus hijos y ella eran más importantes. Todo
transcurrió bien, sin un reproche, como si nunca hubiera pasado nada. Ella
estaba linda, hasta parecía estar contenta. Creyó verla un poco más joven y
hasta lo trataba con dulzura.
Era sábado
a la noche y los chicos se fueron en busca de la alegría de los amigos o las
novias.
Se quedó un
rato más. Ella era la delicadeza personificada; tal vez no hablaba mucho para
evitar algún desastre. Poco a poco se le pasó por la cabeza que las cosas se
iban dando como para quedarse en la casa esa noche, que tal vez los problemas
se solucionaban por sí solos, o por el transcurso del tiempo, o por un cariño
que no podía desaparecer, que nunca iba a desaparecer.
Un par de
cafés. "Yo todavía te quiero" "Yo también" "Tuvimos
momentos buenos” ”Los chicos..." "Esto no puede terminar
así". Charlaron un buen rato, más
que nada del pasado, y las cosas se fueron sucediendo casi sin que se diera
cuenta.
En fin, la
noche fue hermosa, más allá de lo que hubiera podido soñar.
En mucho
tiempo no habían tenido una noche así, un rato de sexo que dejaba de lado los
años que ya empezaban a pesarles y que parecía contradecir una relación que
había decaído, tanto en el amor como en el sexo, hasta disolverse en la misma
nada.
Terminaron
exhaustos, felices. Estaba tranquilo, satisfecho, con ganas de salir a la
mañana y cumplir esa condenada lista lo más rápido posible; mucho más ahora que
ella no se lo había exigido y lo había recibido como aquella mujer con la que
se había casado hace tantos años.
Al toque
se durmió.
Cuando se
despertó, era de día. Diana no estaba, trabajaba ese domingo a la mañana. Se
imaginó a los chicos durmiendo, cansados de sus correrías nocturnas.
Al pasar
camino al baño, frente a sus habitaciones, iba a controlar que así fuera, como
un buen padre retomando completamente sus funciones
Miró
alrededor, buscando su ropa.
Diana
la había apilado en la silla del rincón de la pieza. Se levantó y se vistió.
Escuchó
ruidos de desayuno en la cocina, a lo mejor Joaquín recién llegaba y antes de
irse a dormir se preparaba un té. Julio nunca, a la cama derecho y a veces sin
desvestirse.
En la
cocina estaba Diana, era más temprano de lo que pensaba. Hacía café.
Se dio
vuelta y lo miró a los ojos.
―Nos tenemos que poner de acuerdo
y hacer fácil lo que hay que hacer. La vida corre y no me quiero quedar atrás… Seguimos
cada cual por su lado y si hay algún reproche nos lo metemos en el orto.
Era
así. Era así desde hacía mucho, pensó.
Se había terminado mucho tiempo
antes.
Volvieron,
con el tiempo, a compartir mesas y algunos cafés. Pero fue la última vez que
desayunaron solos.
sábado, 10 de octubre de 2020
Prohibido pasar (Juan Antonio Vasco)
miércoles, 7 de octubre de 2020
Sombra (Sergio Beleiro)
domingo, 4 de octubre de 2020
Ahora salgo (Joaquín Giannuzzi)
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Tiempo de ser (Nira Etchenique)
sábado, 26 de septiembre de 2020
El que no aprende nunca (Raúl Gustavo Aguirre)
El que no aprende nunca toca el fuego,
el que no aprende nunca da una mano,
el que no aprende nunca vuelve a andar.
El que no aprende nunca se golpea
contra una pared y con la otra
y después con la otra y con la otra
y sigue caminando.
La piedra movediza, 1968.