lunes, 25 de enero de 2021

Voy a hablar de la esperanza (César Vallejo)

    Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como
mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

    Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

    Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para lamía sin fuente ni consumo!.

    Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.


Poemas en prosa, tomado de Poemas humanos, Editorial Losada, 1982.

martes, 19 de enero de 2021

Un paisaje de dedos amarillos (Sergio Beleiro)

 

Un paisaje de porotos, cartas y vasos con vermut, de bocas que se tuercen para exhalar el humo hacia un costado tratando de no molestar a los demás. Viejos tramposos e inocentes jugando al truco, gritando sus triunfos y sus derrotas. Tahúres de papel que no olvidan con los años el arte del juego y las triquiñuelas. Con risas de fondo, el choque de las bolas de billar y más allá, fuera del salón, los gritos y querellas de un partido de papi futbol que se complica, gente que charla y chicos que van y vienen, cervezas y gaseosas que se destapan en el mostrador y en las mesas; maní, salame, queso y aceitunas.

             

            Un paisaje de dedos amarillos y ceniceros, de bocas que dejan escapar un humo rancio, que se suma a los otros en la habitación pequeña, con las ventanas cerradas y vasos anchos de whisky nunca vacíos del todo. Una mesa de cuatro y cuatro tahúres de cartón con un poco más de dinero que los jugadores del salón del club de barrio, un poco más de dinero  y la capacidad o la desvergüenza de jugarse el sueldo y hacerle correr la coneja por diez días a la patrona y a los hijos sin mucho remordimiento. Otro ámbito, un lugar cerrado donde el humo no llegará a disiparse nunca sino que se condensará en las cortas dimensiones, en el pequeño volumen que la geometría del cuarto propone.

Esto pasa muy cerca, a unos pasos, en la casa lindera o en un cuarto detrás del buffet al que no se puede acceder sin el guiño del señor del mostrador.  El amarillo de los dedos más marcado en alguno de los jugadores sobre la palidez de unas manos que no añoran el sol, nicotina acumulada y seguramente riñones más comprometidos, hígados andando el camino de la cirrosis, menos años por venir y más dificultades por atravesar.

Aquí la triquiñuela no debiera tener cabida, ni la trampa burda.

Casi no llegan ruidos extraños de riñas ajenas ni pelotas, es un lugar donde la sonrisa no le cabe a todos o es un esbozo y no dura mucho. Tal vez la gran sonrisa de la fortuna agraciará a alguno esta noche, pero difícilmente vaya a repetirse mañana. Tampoco hay mucho miedo, sino el estado de alerta, saber de las trampas, la inquietud de lo que pudiera. La trampa posible, a la vista o fuera de la vista, a esta altura de la experiencia es improbable; aunque en la tensión del asunto de las fichas y la plata que representan lo improbable puede tornarse paranoicamente posible, por la cuestión subjetiva, porque no hay ruidos que distraigan, ni bolas que se choquen, ni discusiones en la cancha, solamente las cartas y la plata en juego, la satisfacción de la semana y nada más si la suerte y el saber lo dispusiesen, o el desamparo y la necesidad de otro dinero, bien o mal habido, para pagar las cuentas, las deudas con alguien más virtuoso o afortunado o engañoso que uno y, entonces, una esposa haciendo malabares para criar a los chicos buenamente y la presunción cada vez más cercana del divorcio.

             Pero será una noche tranquila, nadie se detendrá en las triquiñuelas, ni habrá señales que permitan la duda, suponer una trampa, observar algo fuera de lo normal a lo cual darle especial significado para intentar una pelea. Las cartas no están marcadas y lo saben. Como que con un cuatro de copas, una sota de bastos y un cinco de espadas hay pocos malabares para hacer y hay partidas en las que no se asoman nunca las cartas que se esperan… y las otras llegan una y otra vez.

 

Hay, es sabido, tahúres en un escalón superior, tal vez más desgraciados, pero vaya uno a saberlo, intentando conformase u olvidarse, con una buena noche, de todas sus pérdidas. Quizás un sueño compartido por todos los jugadores del mundo en cualquier timba.

 

Y hay los que se juegan una fortuna cada noche pero tienen siempre el paño suficiente para perder otra fortuna en la misma u otra mesa la misma noche o la siguiente.

 

También están los grandes, los tahúres verdaderos, los que juegan siempre con la plata ajena, los que se juegan nuestra vida, en presente y en futuro, cada día, sin darle la menor importancia.

 Éstos raramente pierden y si pierden nunca pierden su dinero.

 Por los salones del club nunca nadie los ha visto.





lunes, 18 de enero de 2021

olía a barrio... (Sergio Beleiro)

olía a barrio después de la tormenta
olía a barrio después de la lluvia
cuando el sol inventaba el calor del verano

olía a pasto cortado y a la humedad que todavía 
no se evaporaba totalmente
y olía a mierda 
a mierda de perro sobre todo
en algunos patios y jardines bajo el sol

olía a mierda imponiéndose en el aire 
pesada caliente y asquerosa 
bajo los efectos del sol

olía a  barrio y olía a mierda 
después de la tormenta
y no me gustaba nada 
como no me gusta ahora 

prefería el otro olor
el aroma anterior
aquel perfume

hubiera querido 
tener la máquina del tiempo y volverlo todo
a media hora antes de la lluvia
cuando un olor de agua y barro 
un aroma de tierras mojadas a lo lejos
se adivinaba en el ambiente y divulgaba presagios
junto con algún trueno a la distancia
o tal vez el resplandor de un rayo

hubiera querido la máquina del tiempo y volverlo todo
a cuando la tarde caía y las nubes
pintaban casi plácidamente un cielo gris de aguacero 
y olía a barrio antes de la tormenta 
a futura lluvia y tal vez 
a la ilusión de un arcoíris
tan maravilloso 
como un trébol de cuatro hojas

u olía a tierras mojadas más allá del horizonte 
y se sabía que el agua sin ninguna duda venía
e íbamos a cantar que llueva que llueva
la vieja está en la cueva


(2018)




lunes, 11 de enero de 2021

Puta (María Ruiz García)

Cuando sea grande quiero ser una puta.
Tener el clítoris gastado y calloso.

Sentir que se me enredan los labios flácidos y lánguidos de la
vagina con las estrías de los muslos.

Quiero tener todo tipo de enfermedades venéreas: todas las
verrugas, chancros, infecciones, herpes y demás padecimientos
genitales (al SIDA, se le reserva el derecho de admisión).

Quiero que las tetas me lleguen al ombligo por tanto amasijo.

Que las carnes, mis carnes, no se estremezcan ni siquiera con el
contacto de una descarga eléctrica.

Quiero tener la lengua y la boca secas, agrietadas (como una gata
callejera con anemia).
Quiero que los ojos se me apaguen de repetición e insensibilidad.

Quiero adosarme al rostro una mueca de placer ficticio,
una mueca exhibicionista que trascienda las camas y los ataúdes,
que salga a pasear conmigo por los centros comerciales, por las
avenidas, por los parques, por las estaciones de tren.

Entonces, cuando te encuentre, después de tanto andar y tanto fingir,
borrarme el entumecimiento de la expresión con un poco de agua y jabón.

Mirarte a los ojos y amarte.

…Y quiero, por encima de todo, que cuando te vayas no dejes ni
un centavo, ni una colilla de cigarro, ni siquiera el vago recuerdo
de tu perfume o la reverberación de tu voz ausente.


sábado, 9 de enero de 2021

Lugares donde dormí (Vanina Colagiovanni)





Una cama es solo una cama, me dijo.
También puede ser algo más.
Un tendal de sueños blandos, una colección
de elásticos para distintos puntos
del tallo vertebral, un pozo,
un nido donde empollar algo
que tal vez respire, un pantano,
un hilo filoso
que corta lo viejo de lo nuevo, una estepa
donde el viento diseñe remolinos en mi pelo
y con sus brazos, un lugar de buenos momentos, creo.
Una cama es su cama o la mía, no es nuestra, ya no.
Si cierro los ojos estamos ahí juntos
y rechina.
Si los abro duermo sola y el vacío
me atrae. Como las mandíbulas abiertas de los tiburones
saliendo del mar.

Pertenece a Una no elige cuándo caerse.