jueves, 30 de septiembre de 2021

Ampulosas como las 11 caídas de Firpo (Vicente Luy)

 











Ampulosas como las 11 caídas de Firpo, las páginas de nuestra
historia relativizan traiciones y cobardías; curan la sífilis…
–proscriben el láudano
–… y nos encomiendan a Dios nuestro Sr; nos acunan como expedientes.
Y si se encienden en la noche los algarrobos, es cosa de ellos.
La vida para atrás es fácil, entendible, moral; sobre todo
entendible. Desde indias sin piel hasta el dulce de leche, la
patria todo lo explica:
nunca ganan los malos
ninguno era marica
y por algo / se los habrán llevado.


martes, 28 de septiembre de 2021

lunes, 27 de septiembre de 2021

Una noche queríamos comprar... (Paula Jiménez España)


 










Una noche queríamos comprar
merca y entré a un conventillo
de tres o cuatro pisos,
las escaleras circulares daban
a los palieres anchos y en las puertas
de las habitaciones había mesas
donde atendían los punteros. ¿Qué pasa
si no vuelvo? pensé, nadie se entera.
Una mujer sacudía su vestido
apoyada en la baranda y un pendejo
paseaba en un triciclo. Trancé, después me fui
y como si fuera
a convertirme en la estatua de sal
del Evangelio o en la chica
de piedra del Abasto, no miré atrás
al descender. Pura superstición
o miedo de andar
mostrando el miedo. No sé, fijé la vista
y sin chistar
bajé. Me acompañaba un eco que era mezcla
de risas, voces, cacerolas, una vida
de esas donde nadie
está solo. Podía imaginarme un patiecito
con piso de baldosas, el interior roído
de un living comedor, la tele
prendida, una familia.
Yo a veces siento
envidia de esas cosas.


De La mala vida (2007).

sábado, 18 de septiembre de 2021

¿Diatriba? (Miriam Palma Ceballos)


 














Y una se da cuenta de pronto
de que eso de que el tiempo pasa
es algo muy serio,
que ya no es la flacidez de los cuarenta
ni las bolsas,
ni siquiera las arrugas tenaces que de noche destrozan
la ilusión del qué bien te ves para tu edad,
ni tampoco que te den una patada en la alegría
cada vez que un dependiente
te escupe en la sonrisa
ante esa jovencita
un qué desea Ud. señora subrayado con saña (estoy segura)
o la sospecha de que los hombres
no se quedan contigo a pesar de tus carísimas cremas
y tu espíritu juvenil y creativo,
y prefieren, como mucho, a las de treinta.

Es la muerte que puebla
sin ambages
todos los horizontes,
que ya no se enmascara tras esquinas
más o menos lejanas,
sino que juega a las bravas a ganar.

Es la muerte que esta vez promete muy de veras
estar a punto siempre de marcar tu número
y que baila pegada cuerpo a cuerpo
con los que has querido
con todo lo que no has podido
con eso que no has cambiado.








jueves, 16 de septiembre de 2021

27 de abril de 2007 (Fragmentos de un diario) (Edgardo Dobry)

 


 








    

    En el poema "Otra vez, con sentimiento", de Desolación de la Quimera (1962), Cernuda evoca a García Lorca: se siente en la obligación de sustraer su memoria al uso que de ella hace Dámaso Alonso, poeta y académico bien acomodado al franquismo. En el estudio "Una generación poética (1920-1936)" -recogido en Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Credos, 1952-, Alonso mencionaba a García Lorca como "mi príncipe". A eso responde Cernuda en "Otra vez...», que termina así:

            ¿Príncipe tú de un sapo? No les basta 
            a tus compatriotas haberte asesinado.

            Ahora la estupidez sucede al crimen.

    En "Epílogo a la 29 edición" de Operación masacre, de 1964, Rodolfo Walsh muestra sorpresa ante el hecho de que la denuncia expresada y documentada en la primera edición de su libro, de 1957, no haya surtido ningún efecto político ni penal: "Pretendía que el gobierno el de Aramburu, el de Frondizi, el de Guido, cualquier gobierno, por boca del más distraído, del más inocente de sus funcionarios, reconociera que esa noche del 10 de junio de 1956, en nombre de la República Argentina, se cometió una atrocidad. Pretendía que, a esos hombres que murieron, cualquier gobierno de este país le reconociera que la justicia los maté por error, por estupidez, por ceguera, por lo que sea (...) En eso fracasé. Aramburu ascendió a Fernández Suárez [el comisario que había ordenado los fusilamientos de inocentes en la "operación masacre]; no rehabilitó a sus víctimas..."

    En el poema de Cernuda, "la estupidez sucede al crimen"; en el texto de Walsh, el crimen surgido de la estupidez es validado por quienes premian a los culpables e ignoran a las víctimas. En ambos casos, la imbecilidad es la cara alevosa del delito. En ambos casos, también, la ingenuidad vuelve a aparecer como uno de los motores, acaso el principal, de la literatura.


   Diario de Poesía N°76, mayo a agosto de 2008, Buenos Aires.


lunes, 13 de septiembre de 2021

Asma (Sergio Felipe Mattano)


 









Para ud. es sencillo:
el aire ingresa y egresa de sus pulmones,
infla uno a uno sus alvéolos,
oxigena la sangre y así
sin que ud. note el mínimo
acontecimiento.
Pero nosotros no:
nunca fue un acto reflejo,
duele cada centímetro cúbico de aire
y, por lo general, nunca alcanza.
Aprendimos a morir desde pequeños
entre vapores, ventolín y el infierno rudo
de los rezos del nebulizador.
Nosotros conocemos la muerte antes que a ud.
se le muriera un abuelito, que en pack descanse,
arriando el ínfimo retoño de O2 hacia el pecho
entre chillidos de la carne que le niega el paso
meditando para vencer el nervio histérico de yacer
ahogados sin una mano que nos seque la febril testa.
Aprendimos a morir y en eso sacamos ventaja,
aunque los años de catecismo insistan
en igualarnos mortales.




viernes, 10 de septiembre de 2021

Muerte en primera persona (Sergio Beleiro)

 









Esperé a que saliera desde un lugar donde no me podía ver.

¿Me podía ver desde su ventana?

No creo, tampoco me conoce.

Soy sigiloso, pero sobre todo común, de verme no podría sospechar.

Siempre me hago las mismas preguntas.

¿Podría asociarme con algo o alguien?

No.

Soy de afuera.

Es imposible.

Lo esperé y lo seguí de lejos, suficientemente lejos.

Ya lo había seguido antes, de distinto modo, siempre a suficiente distancia, en distintas circunstancias.

Él seguía con sus mismas costumbres, nunca cambió nada, por lo que supuse que no esperaba nada. No sabía, no intuía, no le importaba nada o estaba seguro de que no le podía pasar nada. Aunque nadie puede pensar eso: salís a la calle y como en los dibujos animados te espera un piano en la cabeza que cae desde el piso nueve y no te salvás porque no sos un dibujito.

Pero un ex policía tendría que saber que metió sus narices en lugares donde nunca las tenía que haber metido y que su jubilación no es garantía de nada. También es posible que sea un tarado o no le importe un corno.

 

(Quien escribe, yo, por escribir, en cierto modo, se cree omnipotente, pero no es más que un esclavo; lo que lo forma, lo que ha leído o visto por ahí, lo encadena a ciertos moldes y socava su entendimiento, pero un personaje por él (yo mismo) creado, hace apenas un rato, lo lleva de las narices sin que siquiera pueda sospecharlo. ¿Qué sería de este señor omnipotente en la vida real, en una cuestión policial real, si ahora en el medio de su pelotudez literaria se deja llevar por lo que apenas es un bosquejo de persona, un esbozo de personalidad como él mismo?)

 

Lo esperé y lo seguí desde lejos pero sin darle posibilidad de escape. Seguía  con sus mismas costumbres, iba por los mismos sitios que cada martes seguía.

Yo no necesitaba pensar mucho. Iba a ir primero allá, después allí y más tarde terminaría en tal lugar para volver con la noche más profunda a su casa.

Lo seguí, maquinalmente, a los mismos pasos de distancia, las mismas o parecidas paradas, los mismos horarios, más o menos las mismas calles, en fin, un circuito igual o semejante hacia el mismo destino.

Volvía a casa, a la misma casa, enfrente del mismo bar desde donde tantas veces lo observé, unos días desde una ventana, otras tardes desde otra, casi de refilón desde la barra algunas noches cuando la gente era otra y la luz era otra y la consumición tenía otro precio, sobre todo los fines de semana.

Volvía a su casa, a la casa del ventanal amplio, del balcón sin macetas.

No lo iba a dejar llegar.

A estas horas, en la soledad de las calles y la soledad de la hora, reduciría la distancia para alcanzarlo justo en la entrada del edificio.

 

Nunca supe cómo se dio cuenta y diez metros antes, dio media vuelta con el arma en la mano en un pase de magia perfecto y, sin tener tiempo a reaccionar, aun con mi dedo en el gatillo de la pistola sin seguro y a medio desenfundar, me pegó un tiro en la frente, mientras yo, por reflejo o espasmo involuntario, ya muerto, me pegaba un tiro en el pie.

 

Pueden pensar que esta historia no tiene mucho sentido, que un muerto no puede contar su historia, pero por lo menos en el cine un muerto la suya ya ha contado.


(Digamos Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950. También hay comedia musical)

viernes, 3 de septiembre de 2021

Felices los normales (Roberto Fernández Retamar)


 









Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.


Tomado de la antología Palabra de mi pueblo, Editorial Letras Cubanas, 1980.

jueves, 2 de septiembre de 2021

A un alumno del Aerópago (Víctor Fowler)


 











La incapacidad de agradecer 
es tu mayor pecado
y también tu virtud:
eres sólo odio.
Respiras sin entender
que la respiración es bella, 
tomas los alimentos
sin gozar el sabor de la tierra 
y el sudor con que fueron 
cultivados.
Certezas que no conozco 
te sostienen,
locuras o sentidos oscuros. 
No quisiera vivir las noches 
que vives.
Allí, cuando todo parece terminar, 
el aire entre los árboles
adelanta la muerte,
¿qué ideas te llenan?
¿qué significa para ti
la llegada del sol?


Diario de Poesía N°58, agosto de 2001, Argentina