sábado, 17 de junio de 2023

Aquel beso de actor (Michael Hartnett)


 











Aquel beso de actor

Besé a mi padre en su cama del hospital.
Las enfermeras arrastraban el paso soñoliento
y los viejos discutían el día entero consigo mismos.
Las siete décadas encerradas en su cabeza
se congelaron en un bloque que goteaba, atemporal,
el pintor perdió su noción de todo salvo el gris.
Aquel beso de actor cayó por un pozo demasiado profundo
para devolver ecos que yo habría valorado —
el ‘29 era el ‘41 el ‘84,
todo uno en su mirada caleidoscópica
(él deseaba para mí su amargura y su sed,
su fría habilidad para cerrar una puerta).
Más tarde, tomando un trago, me di cuenta de que aquel
fue nuestro último beso y, ay, el primero.


Versión © Gerardo Gambolini


Aquel beso de actor

Besé a mi padre en su cama en la clínica.
Con suelas soñolientas la enfermera
pasaba junto a viejos delirantes.
Siete décadas, dentro, en su cabeza,
congeladas, se iban derritiendo;
la gama del pintor sólo eran grises.
Aquel beso de actor cayó tan hondo
que no me trajo ecos deseados:
un único año eterno era la vida
en el calidoscopio de sus ojos.
Me legó su amargura y su gran sed,
su fría forma de cerrar las puertas.
Después, bebiendo algo, me di cuenta:
aquel fue nuestro primer beso y el último.




That Actor Kiss

I kissed my father as he lay in bed
in the ward. Nurses walked on soles of sleep
and old men argued with themselves all day.
The seven decades locked inside his head
congealed into a timeless leaking heap,
the painter lost his sense of all but grey.
That actor kiss fell down a shaft too deep
to send back echoes that I would have prized—
‘29 was ‘41 was ‘84,
all one in his kaleidoscopic eyes
(he willed to me his bitterness and thirst,
his cold ability to close a door).
Later, over a drink, I realised
that was our last kiss and, alas, our first.



viernes, 9 de junio de 2023

Proverbios (Carlos Alvarado Tenorio)


 







No hables.

Mira cómo las cosas a tu alrededor se pudren.

Confía sólo en los niños y los animales
y de los ancianos aprende el miedo de haber vivido demasiado.

A tus contemporáneos pregunta sólo cosas prácticas
y comparte con ellos tus fracasos, tus enfermedades,
tus angustias, pero nunca tus éxitos.

De tus hermanos ama el que está lejos
y teme al que vive cerca.

A tus padres nunca preguntes por su pasado
ni trates de aclarar con ellos tu niñez y juventud.

Con tu patrón no hables, escríbele y nunca le cuentes
tus planes futuros y miéntele respecto a tu pasado.

Ama a tu mujer hasta donde ella lo permita
y si llegas a tener hijos, piensa que,
como en los juegos de azar,
podrás ganar o perder.

El destino no existe.

Eres tú tu destino.

Y si llegas a la vejez
da gracias al cielo por haber vivido largo tiempo,
pero implora con resignación por tu pronta muerte.

Los que no tenemos dinero ni poder
valemos menos que un caballo,
un perro,
un pájaro o una luna llena.

Los que no tenemos dinero ni poder
siempre hemos callado para poder vivir largos años.

Los que no tenemos dinero ni poder
llegados a los cuarenta
debemos vivir en silencio
en absoluta soledad.

Así lo entendieron los antiguos,
así lo certifica el presente.

Quien no pudo cambiar su país
antes de cumplir la cuarta década,
está condenado a pagar su cobardía por el resto
de sus días.

Los héroes siempre murieron jóvenes.
No te cuentes, entre ellos,
y termina tus días
haciendo el cínico papel de un hombre sabio.


jueves, 8 de junio de 2023

Poema de cumpleaños (Robin Myers)


 











El dolor vive en la atmósfera
como la electricidad. ¿Quién podría culparlo

por llegar primero? Algunos días,
en el subte, casi no puedo resistir

la tentación de rozar con los labios el cuello de cualquiera
que tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunar

tenebroso, los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosas
pueden pasarle al cuerpo. Ciática,

submarino, migrañas, balas
de goma, melanoma, manos cortadas puestas

con su par equivocado en bolsas de plástico y tiradas
a la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:

sé que la ligereza de la lista
es peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánico

no son lo mismo. Pero ambos son dolores.
Soy más religiosa de lo que pensaba,

o algo así. Espero mi turno. Le paso
las yemas de los dedos por la espalda a A. como

si ya estuviera lastimado; quiero saber
si tengo el bálsamo

que sé que esta vida va a reclamar. Hay huesos
que duelen para siempre, ojos borrados con ácido

nítrico, ingles que se desgarran en el parto,
una mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto grado

que murió tras subsistir a puro café negro
por más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.

Mi fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodos
que parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.

Después usa una aguja, y se me escapa un grito
que nunca solté frente a nadie

que nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,
y sigue firme, Perdoname, lo siento.

¿Qué les pasa a las células humanas
que son miradas con amor? ¿Y a las que

miran? Una tarde
con A., en un cuarto en la costa, estábamos

en la cama con toda
nuestra piel casi quieta, una contra la otra,

casi resplandecientes, un par de horas después de que el sol
se acordase de ardernos. Y nos miramos. Mirá,

hinchazón por la gota. Mirá, muñón de brazo. Mirá, cicatriz de cesárea,
congelamiento, herida de arma blanca, y vos también, delicado esternón aún

intacto, miren la sangre invisible, sientan
su limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.

Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.
Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.


Traducción Ezequiel Zaidenwerg


Birthday poem

Pain lives in the atmosphere
like electricity. Who can blame it

for being here fi rst? Some days,
on the metro, I can hardly bear

not touching my lips to the neck of whomever’s
in front of me: so-and-so’s frail nape,his grim

mole, her translucent hairs. So much
can happen to the body. Sciatica,

waterboarding, migraines, rubber
bullets, melanoma, severed hands mis-paired

in plastic bags and fl ung to the part
of the highway we call shoulder—

I know the list’s fl ippancy
is dangerous, that pain infl icted and organic are

unequal. But both are pain.
I’m more religious than I used to think,

or something. I expect my turn. Ibrush
A.’s back with my fi ngertips as if

he were already wounded; I want to know
if I possess the kind of salve

I know this life will call for. There are bones
that ache forever, eyes blotted out by nitric

acid, groins sundered in childbirth,
a woman I knew from sixth-grade typing class

who died after subsisting on black coffee for longer
than the lifespan of a periodic cicada.

My physical therapist tapes my kneecap with electrodes
neat as miniature lily pads. My muscles shudder.

Later, she uses a needle, and I cry out with a sound
I’ve never made in front of anyone

who has never been inside me. I’m sorry, she murmurs,
steady even then, Forgive me, I’m sorry.

What happens to the human cells
that are looked upon with love? And to the ones that do

the looking? There was an afternoon
with A. in a room on the coast; we

lay in bed with the whole
of our skins almost motionless against each other,

almost glowing, a couple hours before the sunburn remembered
to hurt us. And we looked at each other. Look,

gout-swell. Look, arm-stump. Look, cesarean scar,
frostbite, knife-wound, and you too, soft sternum still

intact, behold the blood invisible, feel
your own clean thrum. Today, I’m thirty.

This is the gift I am giving my body.
This is the gift I am giving my body.