viernes, 31 de julio de 2020

Por Monte Chingolo (sergio beleiro)


Íbamos a cazar pajaritos, llevábamos tramperas y sánguches en el bolso. Viajábamos sentados en las viejas tablas, en los asientos del moribundo tren provincial, camino a Arturo Seguí, lugar misterioso y lejano entonces para mí.
Una de las paradas del tren era la estación Monte Chingolo, nombre sobre el cual no puse mucha atención, aunque debería haberla prestado un joven cazador de pajaritos. No sabía que eso de Chingolo tenía que ver con unos bichos cantores que volaban y cantaban por la zona.
De esa mañana me llegan, como en una película descompaginada e incierta, mezclando mi alegría del momento con el paso del tiempo, fantasmas queridos.
También llegan otros, imágenes en sombras, antiguos fantasmas desconocidos, que aparecieron en esa parada del tren; fantasmas sin sábanas ni cadenas, parecidos a personajes sin nombre de una película de convoys (en esa época para mi viejo y para mí la palabra cowboys como la palabra sandwich no existían).
Estaba mirando por la ventanilla y de pronto vi a dos tipos que ahora no puedo ubicar bien en el paisaje ― no recuerdo si estaban en el andén, saliendo del hall de la estación, o más allá todavía, en la puerta de algún boliche ―, dos hombres que se enfrentaban, uno con un cuchillo en la mano y el otro blandiendo una alpargata, dispuestos a pelear.
                Cuando le puse toda mi atención a la escena, el tren empezó a moverse y a acelerar.
No sé si los tipos se hablaron, pero los vi amagar, atacar y defenderse. Tuve que ir girando la cabeza en el intento de seguir la pelea, pero ya no había remedio, nos fuimos alejando y la escena se fue convirtiendo en una imagen suelta en la mente de un chico que jamás conocería el desenlace, con los ojos todavía muy abiertos y bajo los efectos del lento y ruidoso traqueteo del convoy sobre la trocha angosta en dirección a La Plata.
                ― ¿Qué va a pasar?
                ― A lo mejor el morocho lo caga a zapatillazos ― me dijo mi viejo.
                No sé si lo diría por experiencia o por sus largas lecturas o por tantas películas de convoys vistas en el Roca o muchas policiales tanto en cine como en televisión.
                Me parece que, como yo, frente a las circunstancias y los datos inexistentes, calculó de manera rápida quién era el más débil y se puso de su lado.
                Nunca más fuimos a cazar pajaritos. El misto cantor y la jilguera que cazamos fueron los últimos bichos cautivos en mi casa.
                El misto se murió de viejo y la jilguera bajo las garras de un gato vagabundo, señor atorrante de los techos del barrio.
Preferí desde entonces no tener más pajaritos y conformarme con los zorzales libres que pasaban por el jardín buscando lombrices o alborotaban con su canto antes del amanecer y con los gorriones volando y picoteando de aquí para allá.
 Tal vez elegí la libertad y tomar partido por los más débiles.





Balada del concurso de Blois (François Villon)

De sed muero cerca de la fuente;
tirito de frío en medio del fuego;
extranjero me siento en mi patria;
y siento escalofríos junto al brasero.
Desnudo como un gusano, respetable parezco;
llorando río y sin esperanza espero;
me reconforto con el mal en la desgracia;
me regocijo y ningún placer siento;
soy un poderoso sin poder y sin fuerza:
bienamado por todos, negado por completo...

Lo evidente para todos es para mi turbio,
y seguro sólo todo lo que es incierto;
aparte de la certeza, de nada dudo;
y en cada accidente la ciencia encuentro.
Al cabo del día busco noche amable;
ganándolo todo, perdedor quedo.
Temo caer mientras yazgo acostado;
tengo mucho de lo que nada tengo.
Herencia espero, no soy pariente de nadie:
bienemado por todos, negado por completo...

De nada necesito, aunque aparente
buscar bienes (y ello no pretendo);
me irrita el que más dulcemente me habla,
y el que más me engaña es el más verdadero.
Considero amigo al que me haga comprender
que un cisne blanco es un cuervo negro.
Quien me lastima cree hacerme el mejor favor:
mentIra y verdad, todo me es parejo;
todo lo retengo, nada sé concebir,
bienamado por todos, negado por completo...

Príncipe clemente, tal vez queráis saber
que mucho entiendo sin tener sentido ni saber;
soy faccioso y a toda ley me someto.
¿Cuál es mi mejor arte? Mis empeños vencer,
bienamado por todos, negado por completo.

Traducción de Luis Gregorich.
Tomado de Antología de la poesía universal, Luis Gregorich, Centro Editor de América Latina, 1968.

miércoles, 29 de julio de 2020

Hurra (Alberto Vanasco)

Yo, por el contrario, he visto a los mejores espíritus de mi generación salvarse milagrosamente de la
locura y de la infamia, del alcohol y de las drogas, de la estupidez y del suicidio, del olvido y de la
incertidumbre y de todas las otras plagas que de vez en cuando acaban con nosotros.

Los he visto salvarse entre el amor y el desprecio, entre el arrojo y la indiferencia, asidos al
marxismo y al psicoanálisis, a las mujeres y a los libros, en noches inexplicables, en días velocísimos,
esforzados en escuchar el latido apagado de la tierra, el estrépito de la sangre, las estridencias de
los sueños.

Los he visto en plazas incendiadas, en los muelles abandonados aunque no para siempre, en las
escalinatas del congreso, en Lavalle a la salida de los cines y en redacciones devastadas; los he visto
en sótanos repletos de humo y de palabras, en cuartos desmantelados y en celdas fraternales.

Los he visto salvarse de la soledad y del cinismo: pero pienso que si alguien se salva es para algo.

Los sigo viendo ahora, un poco pálidos de porvenir, cuadrados de mandíbulas, flacos de ocasiones,
empedernidos en su tiempo, dura, inexorablemente inclinados hacia la vida.


Canto rodado, Editorial Sudamericana, 1970.

domingo, 26 de julio de 2020

Racconto (Daniel Freidemberg)

Para anotar en la memoria:
el sol
transeúntes varios
pajaritos
cierta reverberación típica de la hora
y era yo el que miraba
y era el sol
y
la chica que caminaba por la plaza
con su pollera a cuadros, y
llena era de gracia
y
  no de
           mí



Diario en la crisis, Libros de Tierra Firme, 1986.

jueves, 23 de julio de 2020

Well, you needn't (Jorge Fondebrider)




Sentado en convicciones,
que pueden ser triviales
mientras la noche avanza y sigue su razón
como si hubiera una razón para seguir
charlando con los otros,
oyendo nuestras voces en el bar,
yo pierdo el argumento de la charla
y tengo sed.

Ni escribir una novela,
ni saber lo que me queda por saber,
mentir
o prometer.


Standards, Libros de Tierra Firme, 1993.



sábado, 18 de julio de 2020

Quemando libros


Quemó el último libro. Era una noche cualquiera.
No los había leído todos.
Empezó unos años antes por los que no le habían gustado o le parecían mal escritos o por aquellos de los que intuía una mala traducción.
Dejó para el final algunos, por razones desconocidas o conocidas, con la esperanza ― y la esperanza puede ser tan falsa como una persona ― de cambiar de opinión un día, o de llegar a leerlos antes de que les tocara el turno del fuego depurador, merecido o no.
Pero la máquina, su máquina, él mismo, se había puesto a funcionar casi al mismo tiempo en que desistía de intentar sacar algo en limpio de esos bloques de papel acumulados en la biblioteca.
La máquina de quemar era más rápida y eficiente que lo que nunca fue el lector ni el bibliotecario.
Esa máquina y su operador, alguien adentro suyo que era él mismo y, al mismo tiempo, otro, vagamente parecido, no tenían vacilaciones.
Recordaba el primer libro que llevó a la hoguera (El centroforward murió al amanecer) dejando de lado una cuestión de orden que se había impuesto y dejándose llevar más por su poco interés por el teatro leído que por el teatro en general o la obra en particular.
El penúltimo que hizo consumir en el fuego (El delantero centro fue asesinado al atardecer) tal vez padeció las llamas en el intento de una vaga simetría, una broma o un vano homenaje a un escritor todavía querido o al personaje que había creado.
El que se consumió en la última hoguera, tal vez haya sido el más querido, el varias veces leído, el que venía de un mundo totalmente perdido y que lo había conmovido, alterado, cambiado o afirmado en la adolescencia; tal vez el único libro de su vida, otro que ya no necesitaba.
Posiblemente lo reservó para el final porque era el libro que hubiera querido escribir y se convirtió, paradójicamente, en el libro que lo había escrito.
No lo necesitaba porque ese libro era él mismo y el fuego no lo acabaría sino su muerte.








martes, 14 de julio de 2020

Cada poema (Álvaro Mutis)

Cada poema un pájaro que huye
del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mástiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.

De Los trabajos perdidos, tomado de Antología personal, Ed. Argonauta, 1995.
También se lo puede encontrar en: 



sábado, 11 de julio de 2020

con el mismo apellido


pasa la sombra
pero no horada el silencio
sombra y silencio tienen
el mismo apellido
se miran a los ojos
pero se conocen tanto
que no tienen palabras
o no les resulta nunca
necesario hablar

viernes, 10 de julio de 2020

V - claro que moriré y me llevarán (Juan Gelman)

claro que moriré y me llevarán
en huesos o cenizas
y que dirán palabras y cenizas
y yo habré muerto totalmente

claro que esto se acabará
mis manos alimentadas por tus manos
se pensarán de nuevo
en la humedad de la tierra

yo no quiero cajón
ni ropa

que el barro asuma mi cabeza
que sus orines me devoren
ahora
desnudo de ti


Rostros, 1963.
Tomado de Obra Poética, Corregidor, 1984.

jueves, 9 de julio de 2020

La vida ha cambiado (Mirta Rosenberg)

La vida ha cambiado, se decía, untándose
los labios con la lengua, relamiendo, aaámm,
como si de un bocado se tratara, o de un perfume.
Éste es mi gusto,  y sin embargo, el pelo
se me atiesa y cae como... ¿un sudario?
No, una señal de giro. A la hora pico
nadie se ha apoyado contra mí... o sí en mi contra:
rueda la edad, canta la alondra y el leve maquillaje
en las mejillas ha cobrado una espesura
de mitad de la vida que adelante. No fresca,
pero dura con el pelo así: en consonancia.
¿Será el recelo de la mala figura, o la blusa candorosa,
olanes y satines, de una vejez pasada? Vieja no,
gastada y brillosa en los codos y en los puños,
sobre las uñas manicuradas. Cuidar las manos
con amor, con garra, con impudor, coqueto:
lo que relumbra es brillo. ¿Aprieto el gatillo?
Laca descolorida para esa cómoda nueva que, envejecida,
empieza a tornarse incómoda. El cajón superior
de la derecha, por ejemplo, ha perdido
el tirador. ¿Y si gatillo? Allí guardo soutiens,
sostenes, corpiños, todo en desuso. Lo que hice,
ya lo excuso: tuve niños, reía y buscaba
los parecidos. Confuso: en parte, todo mentira,
en parte aliño, letal, del pecado original.
¿Cuál es mi parte?


Madam, Libros de Tierra Firme, 1988.

domingo, 5 de julio de 2020

There's danger in your eyes, cherie (Jorge Fondebrider)

Recuerdo que te dije en el almuerzo
que mires con urgencia
el tiempo delante de tus ojos,
que digas lo que ves y si me ves qué ves.
Y entonces vino el mozo y yo te dije
me alegro de querer tan pocas cosas;
me alegro de desear lo que deseo,
¿acaso no lo ves?
Debieras decir más, vos insististe,
debieras decir todo, y nunca puedo,
me acostumbré a no oírme,
a no pensar en mí, yo no me veo,
apenas soy tus ojos
si acaso estuve allí.
Detrás de tu mirada sentí ruidos.
Tus ojos cambian tanto.
Los míos son carbones fijados a una hoguera
con una llama exacta, pero ciega,
y ciegos son los días que uno pasa
perdiéndose en la luz.


Pertenece a Standards, Libros de Tierra Firme, 1993.



viernes, 3 de julio de 2020

Me sometería (Mirta Rosenberg)




Me sometería tal vez ahora,
que ha sonado la hora repentina, convincente,
despedida, al poder suasorio, a la caricia.
El oogonio, con el tiempo de la planta afina
el órgano en la flor, y el perfume
no varía: sutiliza la función y encanta.
Me sometería tal vez ahora, no diría
para siempre: la felicidad mata
suavemente; no de males, de verdades
clandestinas. ¿Es esa la cosa, el desengaño
indecente de la rosa, la cautelosa
que se pensaba ardiente? Desanima. ¡Oh esa bruma
de belleza, esa morosa dilación de la espuma
en la rompiente!


Tomado de Madam, Libros de Tierra Firme, 1988.

jueves, 2 de julio de 2020

De puño y letra (Mario Trejo)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me doy por vencido.
La religión la mafia
la política y el fútbol
el ejército y la moda
mueven más gente que yo.

Son millones o pocos
pero totalmente decididos
al todo por el todo.
Yo sólo tengo que ver
con las pequeñas multitudes
de un cine de trasnoche
con la soledad de los jugadores
que ofician una partida de ajedrez
con la tibieza de algunas mujeres.

Leo
vuelvo a ver una vieja película
hago noche en Coltrane
y estiro el brazo y acaricio a mi bella
que fuma y ahora me convida.


                                                           A Michelle y
                                                           Gato Barbieri


Pertenece a Lingua Franca, El uso de la palabra, Editorial Lumen, 1979.