lunes, 22 de junio de 2020

la noche va a llegar

hay un vacío a estas horas
entre los silencios que se despeñan en tu oído
y las miradas desamparadas desde tus ojos secos /
la noche va a llegar cuando estés leyendo un poema de angélica morales
donde cierto misterio o ficción maravillosa crea poesía entre líneas
y en las líneas /
entonces sobrevendrá nuevamente el animal que sin duda te desgarra
te araña
mastica las entrañas de tus sombras
delimita 
en tus adentros mentira y verdad
realidad y fantasía /
y aunque comencés a dudar de esta bestia sin forma 
que podría ser un perro negro de tres patas
no podrás dudar de sus mandíbulas y dientes /
la noche llega
tal vez te duermas y a tu sueño el animal no llegue
confirmando en cierto modo la realidad de sus dolores y los tuyos
la realidad de tus dolores reales y ficticios verdes y maduros
la anestesia del cansancio al final de una jornada sin felicidad ni contentos /
y en el mismo sueño tal vez con cierto aliento llegués a saber que mañana 
será el mismo día y todo
se pondrá a andar tan bien o tan mal como anda siempre
pero sin ninguna conmiseración








sábado, 20 de junio de 2020

Traspié entre dos estrellas (César Vallejo)

¡Hay gentes tan desgraciadas que ni siquiera
tienen cuerpo; cuantitativo el pelo,
baja, en pulgadas, la genial pesadumbre;
el modo, arriba;
no me busques, la muela del olvido,a
parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír
claros azotes en sus paladares!

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen
y suben por su muerte de hora en hora
y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.

¡Ay de tanto! ¡ay de tan poco! ¡ay de ellas!
¡Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!
¡Ay en mi tórax, cuando compran trajes!
¡Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!

¡Amadas sean las orejas sánchez,     
amadas las personas que se sientan,
amado el desconocido y su señora,
el prójimo con mangas, cuello y ojos!

¡Amado sea aquel que tiene chinches,
el que lleva zapato roto bajo la lluvia,
el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,
el que se coge b un dedo en una puerta,
el que no tiene cumpleaños,
el que perdió su sombra en un incendio,
el animal, el que parece un loro,
el que parece un hombre, el pobre rico,
el puro miserable, el pobre pobre!

¡Amado sea
el que tiene hambre o sed, pero no tiene
hambre con qué saciar toda su sed,
ni sed con qué saciar todas sus hambres!


¡Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora, ...
el que suda de pena o de vergüenza,
aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,
el que paga con lo que le falta,
el que duerme de espaldas,
el que ya no recuerda su niñez;
amado sea el calvo sin sombrero,
el justo sin espinas,
el ladrón sin rosas, rosas,
el que lleva reloj y ha visto a Dios,
el que tiene un honor y no fallece!

¡Amado sea el niño, que cae y aún llora         
y el hombre que ha caído y ya no llora!

¡Ay de tanto! ¡Ay de tan poco! ¡Ay de ellos!


Poemas humanos, Editorial Losada, Buenos Aires.

lunes, 15 de junio de 2020

De la ciudad (Álvaro Mutis)

¿Quién ve a la entrada de la ciudad
la sangre vertida por antiguos guerreros?
¿Quién oye el golpe de las armas
y el chapoteo nocturno de las bestias?
¿Quién guía la columna de humo y dolor
que dejan las batallas al caer la tarde?
Ni el más miserable, ni el más vicioso
ni el más débil y olvidado de los habitantes
recuerda algo de esta historia.
Hoy, cuando al amanecer crece en los parques
el olor de los pinos recién cortados,
ese aroma resinoso y brillante
como el recuerdo vago de una hembra magnífica
o como el dolor de una bestia indefensa,
hoy, la ciudad se entrega de lleno
a su niebla sucia y a sus ruidos cotidianos.
Y sin embargo el mito está presente,
subsiste en los rincones donde los mendigos
inventan una temblorosa cadena de placer,
en los altares que muerde la polilla
y cubre el polvo con manso y terso olvido,
en las puertas que se abren de repente
para mostrar al sol un opulento torso
de mujer que despierta entre naranjos
—blanda fruta muerta, aire vano de alcoba—.
En la paz del mediodía, en las horas del alba,
en los trenes soñolientos cargados de animales
que lloran la ausencia de sus crías,
allí está el mito perdido, irrescatable, estéril.


De la ciudad, Trilogía, Los elementos del desastre.
Tomado de Antología personal, Editorial Argonauta, 1995, Buenos Aires.


viernes, 12 de junio de 2020

Catarsis (Marianna Espezúa)

                     
                    <<Para olvidar algo hay que dejar de quererlo>>


Tengo un recuerdo colgando entre los senos y los precipicios.
Me brilla tanto el sexo como el corazón.

Tengo las caderas forradas con magma de un volcán ya seco.

Puedes lamerlas y morderlas,

puedes…

quieres…

Pero te advierto:
                               luego morirás.
                                                 
                                                   En fin, es algo triste, yo aquí
                                                                         con un cuchillo,
                                                                                           y tú
                                                                                    tan lejos.


https://issuu.com/mariannaespezua/docs/ella_dist__pica_-_marianna_espezua_

martes, 2 de junio de 2020

pensar las cosas (sergio beleiro)


Mientras se servía un whisky con el pucho en la boca pensó que él le habría dicho:
– ¡Qué femenina! – en sorna y con su sonrisa más agria.
También pensó, tomando otro whisky antes de dormir, la respuesta que le hubiera dado, aunque no la encontró hasta mucho tiempo después:
–Si laburaras como yo para parar la olla seguro no serías tan grosero.
Respuesta leve, casi insulsa, sobre todo para un borracho o aprendiz de beodo a tiempo parcial o completo.
Lo tenía que haber mandado a freír churros de una, a cagar de segunda, o a mandarse a mudar sin ninguna discusión y sin demora.
Pero ella, a pesar de todo y de su gesto machuno y su voz ronca de tabaco y alcohol (como antes otro pasajero por su vida le había endilgado) era más femenina que más de una, como era más valiente que más de un gallito machista que vagaba por ahí sin trabajo ni ganas de buscarlo, amenazando peleas o llevándolas a cabo en cualquier parte y por el puro gusto.
La voz ronca la tenía desde la adolescencia, o desde antes y era una cuestión fisiológica o anatómica, y que no tenía mucho que ver con sus consumos posteriores.
Solía pensar las cosas tarde, mucho después, muy tarde a veces, y solía responder muchas veces cuando ya no correspondía, o no respondía. También pensaba que pensar las cosas estaba bien aunque fuera tarde, que era un modo de tener las cosas masticadas para otro momento, para cuando algo parecido surgiera. Era tener para mañana una respuesta rápida a mano, aunque fuera para salir del paso.
Raro, pensó: pensar después podía convertirse en pensar para el futuro.
Él había aparecido en un mal momento de su vida y creyó que podía ser para bien, necesitaba a alguien con quien hablar, pasar el rato, irse al a cama sin demasiado trámite y, sobre todo, sin compromiso alguno.
Fue así por algún tiempo, el tiempo que le llevó conocerlo.
A medida que lo fue conociendo o aprendiendo se dio cuenta de que él quería aprehenderla y que ya lo había hecho porque ella lo había dejado hacer.
No le gustó la cosa como el tipo tampoco le gustaba demasiado. Aquella válvula de escape se convertía en la de una olla a presión que ya había empezado a pitar.
La cuestión de conveniencia, para ella, se había diluido e intuía que a él cada vez le convenía más estar a su lado. No era otra cosa que un vago de mierda, otro vividor que había dejado entrar en su vida y que le ponía las cosas feas.
Tardó, pensó y pensó, y tardó más de lo que correspondía, pero se lo sacó de encima.
Fue de mañana y en domingo: se despertó temprano y esperó a que el tipo saliera de su sueño etílico y de la cama apuntando para el baño a desagotar la vejiga.
Cuando la vio a mitad de su camino urgente al inodoro escuchó que le decía tranquila y pausadamente:
– Piyá, vestite, juntá tus cosas y andate sin hacer escándalo… ¡Y no vuelvas!
Él no dijo nada y se apresuró a cumplir lo que le pedía, seguramente más atento al revólver que le apuntaba que a las razones que ella no tuvo que esgrimir.


Por eso, habiendo siempre pensado tanto, esta vez, casi un año después de aquella anterior, ahora, cuando el que parecía tomar el desagradable puesto de vividor en su vida, y encima más grosero que el otro, al verla tomándose un whisky con el pucho en la boca y los pies en la mesita ratona le dijo que parecía un macho, ella le espetó al toque sin pensarlo:
–¡Andate al carajo, forro de mierda! y se fue a buscar el revólver al escondite que tenía en la cocina.


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            En la mala época de la pandemia a un amigo, Roberto Soto, y a algunos amigos suyos, se les ocurrió que podían hacer algo con este cuento. Filmaron tres versiones sin juntarse. Supongo que se habrán divertido o, por lo menos, se habrán olvidado por un rato de la peste.
            Por mi lado estoy muy agradecido.
            Abajo dejo los enlaces.

un corazón idiota (sergio beleiro)

                            a v. s.


hay un corazón idiota 
que a veces no sabe lo que hace
o se deja llevar por una corriente dañina

un pulmón inoportuno que una noche se moja
se hace pis adentro
y no hay diurético que le pueda tirar un salvavidas

piernas cansadas que quieren caminar y ya no pueden
y un dolor en algún lado que chinga otra vieja coyuntura
o provoca más dolor en otras carnes músculos tendones

ni hablar del cerebro
oculto gran hermano 
que lo controla todo aun sin darse cuenta

cuestiones del cuerpo
tareas de los hombres

no hay que dejarse caer en las manos de los dioses
porque no se encontrará ninguno que no sea apócrifo o esté muerto

es preferible un corazón idiota
unos pulmones acabados por el humo y sus cuestiones
estómagos incendiados por la buena y mala bebida  o lo que sea 
y no ponerse a hablar del intrigante oculto en la cabeza