miércoles, 28 de julio de 2021

Casi vidente (María Agustina Pardini)















A veces
solo a veces
puedo ver más allá de lo aparente
como si a al mirar los ojos de las personas
pudiese enterarme de cosas
que no siempre quiero saber
pero que flotan
enredadas unas con las otras
con ganas de escapar.
Entonces cuando veo
las verdaderas intenciones
los temores que no dejan dormir
o los secretos que se amontonan
como cuchillos viejos en el segundo cajón
me olvido del hombre o la mujer
que ahora están parados frente a mí
moviendo sus manos de lado a lado
avisándome que falta una parada
para llegar a mi destino.




viernes, 23 de julio de 2021

Historia de la pintura (Michael Krüger)

 













Leí una historia de la pintura,
desde sus comienzos hasta la actualidad. 
Una historia de corderos blancos
antes de ser alcanzados por el rayo.
Una historia de pequeños ángeles alados 
y de céspedes virginales
cubiertos de margaritas.
Una historia de la materia
y de la obtención del oro.
Una historia de lágrimas finísimas 
sobre pálidos rostros.
Una historia de frentes arqueadas 
y mejillas caídas.
Una historia del agua
y de cómo pintarla.
Una historia de las escuelas,
del silencio, de la lucha por la verdad. 
Una historia de la violencia,
de la insidia y de la infamia,
de la infidelidad y de la traición, 
de juramentos rotos, de revueltas, 
y de carnicerías interminables.
En las notas al pie, 
también leí una historia de la vergüenza,
una confusa historia de consuelo. 
En conjunto, una bella historia,
la historia de la pintura,
Y no sólo para los ojos.
En el epilogo explica el autor 
detenidamente que lo que vemos son 
únicamente colores en distintos encargos. 
Se olvidó del veneno
con el que estaban mezclados, 
veneno para los ojos.


Traducción de Sandra Santana.

Diario de Poesía N°77,  diciembre de 2008 a marzo 2009.

miércoles, 14 de julio de 2021

resentido (sergio beleiro)

estoy allá 
desnudo y afuera
nunca me viste tan descalzo
tan así
tan gris y como siempre
nunca me viste
nunca / y ahora
sentado sobre una tumba cualquiera
viendo el mundo sin los ojos
mientras mis cenizas se pierden
arrastradas por este viento inmundo
no quedará una imagen mía en tu recuerdo
ni una foto de cumpleaños o de invierno
conmigo cubierto hasta los dientes entero
no importa
es justo
ahora 
tampoco te veo
y el recuerdo se cubre de tristezas
también de cuentas no saldadas
de desencantos
ahora apenas te recuerdo de costado
pero estoy muerto
te recuerdo de costado como te vi siempre
pero no te veo
no tengo ojos
estoy descalzo pero no tengo pies
y como siempre estoy sin aliento /
pero no es esta desnudez larga y suelta
debajo de un árbol sin follaje en otoño
sobre una tumba sin nombre
la que me suelta la lengua que no tengo
es la luna el sol el aire el silencio
es el labio de la muerte
la lengua de lo inevitable y lo imposible /
lo raro, mujer, no es estar muerto 
sino mi persistente falta de aliento
aun cuando escapo muerto y disgregado 
en este inmundo viento que lo arrastra todo


Orejas (Fabio Morábito)


 







dos orejas: una para oír a los vivos
otra para oír a los muertos
las dos abiertas día y noche
las dos cerradas a nuestros sueños

para oír el silencio no te tapes las orejas
oirás la sangre que corre por tus venas
para oír el silencio aguza los oídos
escúchalo una vez y no vuelvas a oírlo
si te tapas la oreja izquierda oirás el infierno
si te tapas la derecha oirás... no te digo
había una tercera oreja pero no cabía en la cara
la ocultamos en el pecho y comenzó a latir
está rodeada de oscuridad
es la única oreja que el aire no engaña
es la oreja que nos salva de ser sordos
cuando allá arriba nos fallan las orejas


sábado, 10 de julio de 2021

Casa vacía (Sergio Beleiro)

 

Volvió a su casa.

Al entrar, como siempre, el vacío.

La casa estaba vacía aun con él adentro.

Era una sensación que no se podía sacar de encima.

Era una certeza.

Era una casa vacía y que él viviera ahí no cambiaba nada.

No se sorprendió al entrar en la cocina y ver al pelado del otro lado de la mesa.

No pudo ver sus manos, pero el pelado siempre tenía las manos en los bolsillos.

― ¡Cuánto tiempo!

― Mucho, Esteban ― contestó el pelado.

Siempre llevaba las manos en los bolsillos de la campera, la derecha con el índice en el gatillo de un arma que rara vez tenía el seguro puesto.

― No te esperaba.

― Mal hecho. Sabías que iba a venir.

Llevaba como siempre uno de sus largos camperones con esos bolsillos mágicos donde cabía no solo una pistola sino también la mano en el gatillo.

Esteban ya no tomaba precauciones. Había dejado de mirar por encima del hombro y al doblar la esquina ya no se paraba frente a una vidriera esperando ver si alguien sospechoso doblaba detrás de él.

Se había cansado o había decidido que no valía la pena perder tiempo en algo que no podía controlar.

― ¿Cómo anda la gente?

― Como siempre, unos vienen otros se van.

― ¿Querés un té?

― No, no me gusta la marca que tomás.

El pelado siempre tomaba té, no le gustaba el mate o lo asqueaba el paso de la bombilla por la boca de la gente. Tampoco le gustaba el alcohol.

Una vez lo había visto sacar, como un mago, la pistola del bolsillo, con una velocidad inverosímil y otra disparar directamente desde el bolsillo con acertada puntería.

A Esteban no le cabía duda que el pelado había llegado con tiempo, tal vez un rato después de que él saliera de la casa para ir a trabajar, que lo había inspeccionado todo, confiscado lo que correspondía para después ponerse a esperar.

Era un profesional, pero eso era un aditamento, algo aprendido y ejercitado en el transcurso de los años pacientemente. Lo importante, lo que lo hacía más eficiente, era su frialdad natural. Había nacido con ella, como si tuviera sangre de serpiente. Le agregaba al oficio y la frialdad unos ojos perfectamente lubricados que casi no necesitaban pestañear.

El pelado no solo tenía en su mano derecha su propia arma, también tenía en la zurda la que había encontrado en el cajón de los cubiertos.

No recordaba su nombre, siempre fue el pelado, che o che pelado.

― Si querés tomar algo hacelo, sabés a lo que vengo... pasó mucho tiempo, un poco más no importa.

― Sí… tardaste. Por eso no te esperé más.

― Ya te dije, mal hecho. Igual no iba a cambiar mucho.

Aún con dos personas en la cocina la casa le parecía vacía.

Sabiendo lo que iba a pasar, resignado, su mente buscaba una salida, una salida en una casa vacía donde nada podía interferir, pero donde quisiera tener la posibilidad de gambetear al destino.

Hacer el té para ganar tiempo, ir a la heladera por una gaseosa... no le iba a poder tirar ni el té caliente ni un cuchillo ni una botella. El pelado le dispararía aunque fuera simplemente por las dudas.

Ahora estaba jugando, hacía gala de su personaje, de su victoria, tan callado como otras veces. En realidad era la victoria de otro, el que pagaba sus servicios. Sabía lo que hacía, llevaba la delantera y nunca había tenido nada que perder. Tampoco lo tenía ahora. Este rato de suficiencia, obtener lo que buscaba, ganar, lo satisfacía más que la paga y de la paga, esta vez, ya no estaba tan seguro, había pasado mucho tiempo.

Cualquiera de los dos si se vieran con perspectiva se imaginarían a sí mismos como unos gangsters de película, salvo que no usaban sombreros ni sobretodos y estaban en una Avellaneda alejada del tiempo de Ruggierito, en un Gerli dividido por cuestiones de otro tiempo. Malangas hay en todas partes y siempre.

El pelado no imaginaba nada, ni pensaba, tenía todo cocinado, hasta un arrebato final del gastado Esteban.

Esteban no encontraba ni el cómo ni el por dónde. Era el resignado que no se quería resignar.

Vio o imaginó un parpadeo y se lanzó sobre la mesa o se lanzó sobre la mesa provocando un parpadeo y el dedo del pelado gatillando un disparo a través de la campera y de la mesa enclenque que cedía ante su propio peso y su propia carne cuando llegaba a tomarlo de la cabeza y la hacía girar cuando el pelado volvía a disparar ahora a cualquier lado casi al mismo tiempo en que terminaba con el cuello roto.

Tal vez el salto, ese deslizamiento sobre la mesa que cedía en el retorcerse de su cuerpo por el disparo, en el intento del pelado por sacar las manos de los bolsillos, lo llevó a romperle el cuello y no a hacerle dar su nuca calva contra la pared, terminando por evitar una última lucha o forcejeo.

Demasiado rápido y demasiado loco como para que saliera bien, y también para poder contar el cuento, pero en Gerli todo podía pasar, hasta apaciblemente, y no se le ocurriría contarle el cuento a nadie.

El pelado estaba muerto con el cuello roto.

Esteban respiraba, agitado, todavía reteniendo la cabeza del vencido, en el suelo, la mesa rota, las sillas caídas, formando todo una especie de barricada que impedía el paso a ningún lado.

Sangraba por un costado, pero no tanto. Le dolía mucho, se tocó, podía haber sacado una costilla rota, pero eran solo carne y grasa perforadas. Estaba vivo.

Trató de recomponerse del desastre.

No escuchó sirenas ni ruidos en la calle. Fueron dos disparos y en Gerli todo podía pasar, como podía pasar que nadie se diera cuenta de nada o llegaran los bomberos a una casa equivocada. Un par de vecinas habían asomado sus narices a la calle, pero como en la calle no había pasado nada volvieron a sus cosas.

Se dedicó por un rato a limpiarse la herida y a vendarse. Le iba a doler bastante por bastante tiempo.

Desestimó el té y la gaseosa, bebió un vaso de agua de la canilla y buscó el ron.

Tenía unas cuantas cosas para pensar, otras para arreglar y precauciones que tomar, aunque ya estaba podrido de todo eso.

Su estupidez casi lo había matado y la misma estupidez lo había salvado y le había dado algo de tiempo, tal vez mucho más que el que esperaba o se merecía, tal vez muy poco.

No sabía si valía la pena, estaba tan vacío como la casa en la que vivía o el muerto tirado en el piso con armas en los dos bolsillos de la campera agujereada.