lunes, 30 de marzo de 2020

Flores (Robert Creeley)

                             
                             Si se lo entiende bien, ningún saber es capaz de quitarnos la alegría de las flores.
                                                                                                                                 Edward Dahlberg.


Ninguna cosa es menos que una cosa
ni más:

no hay otro sol
que el sol:

ni más agua
que la humedad hallada:

¿Cuál será la verdad
que hace tan infelices a los hombres?

Los días de morir
son especiales:

la vida es invivible separados
de aquello que debemos perdonar.


https://www.zaidenwerg.com/flores-robert-creeley/

domingo, 29 de marzo de 2020

Torso (Museo del Vaticano) (Jan de Jager)

Piernas nunca tuvo.
Perdió los brazos de mármol
    y la cabeza de mármol
por avatares de los tiempos:
naufragios, terremotos, vándalos.

Sigue siendo hermoso,
atlético de pectorales y de nalgas
posado en su pedestal de granito.

El pene de mármol
se lo rebanó un cardenal
      con un martillito, y con la honorable,
eugenésica intención
de que no se sigan reproduciendo
tales mutiladas monstruosidades.


Pertenece al libro: Relámpagos. Vol. 3,
Viajera Editorial,
Buenos Aires, 2018

Fue tomado de https://campodemaniobras.blogspot.com/search?q=jan+de+jager

sábado, 28 de marzo de 2020

sherlock holmes

sherlock holmes tortura a medio vecindario
a media noche con su violín sin darse cuenta
de nada tratando de olvidar a irene adler
bajo los efectos de su droga predilecta

mientras moriarty se pasea en un carruaje
tramando la muerte del enjuto violinista
bajo la neblina de londres justamente 
debajo de su ventana y sus sospechas

martes, 24 de marzo de 2020

el comprador de muertes (sergio beleiro)


                No bien puso un pie en la vereda encendió un cigarrillo. Había hecho lo mismo diez minutos antes esperando el colectivo. Iba a matar a un tipo, pero no estaba especialmente nervioso. Los cigarrillos no agregaban nada al asunto. Estaba convencido de que una de las pocas cosas que no podía controlar en su vida era ese vicio. El cigarrillo lo controlaba a él y si fuera una persona común, el tabaco seguramente sería el encargado de llevarlo a la tumba de un bobazo en plena calle o lo haría a través del enfisema, postrado en una cama de hospital, conectado a mangueras y tubos que infructuosamente intentarían llevar oxígeno a sus pulmones secos para luego extraerlo.
                Lo separaban de su meta apenas tres cuadras.
                Quince días antes había empezado a recorrer el barrio. La primera vez, bajó del mismo colectivo en la misma parada y con el cigarrillo en la mano había hecho el mismo trecho que ahora, lentamente, pasando de largo por la vereda de enfrente de la casa con la cruz imaginaria marcada, anotando mentalmente lo que podía servirle y siguiendo otras tres cuadras más donde lo esperaba la parada de otro colectivo que por otras calles lo llevaría nuevamente a la estación del ferrocarril con el que había llegado a ese barrio.
                Otra vez había bajado en la misma parada, sin tener una idea exacta de como llegaría al barrio el día todavía indeterminado de hacer el trabajo. Hizo una recorrida en espiral hacia la casa, tanteando con los pies y la mirada esas aceras desparejas de barrio humilde donde una buena vereda de baldosas daba paso a otra, de barro y piedras, que amenazaba con tirarlo al piso si no miraba bien dónde pisaba.
                Cada caminata le daba nuevas alternativas de escape o la presencia de otras dificultades que se podrían presentar.
                También anduvo por el barrio en coche, pero esas calles de tierra o de cemento con fantásticos baches no lo convencían demasiado.
                El tipo en cuestión no dejaba de ser un perejil, un desgraciado que vio lo que no debía y no supo callarse la boca, que no tenía nada que ver con la cosa pero le llamó tanto la atención que no pudo menos que comentarlo y así como corrió su chisme por donde no debía, corrió el chisme de su inocente boconeada por los lugares donde no le convenía.
                La cuestión entonces ya no era escarmentarlo porque nunca escarmienta un hombre muerto, sino dar un aviso para que cuiden su boca los que pusieron la oreja.
                Era un pobre tipo que vivía solo, trabajaba de empleado en un comercio cerca de la estación con horario interrumpido. Volvía a su casa para comer al mediodía y luego volvía al trabajo cerca de las cuatro de la tarde, ya de noche terminaba y regresaba inmediatamente a su casa.
                Conocido el barrio y sus horarios, los del tipo y los del barrio, tenía en claro cuál sería su itinerario, lo siguiente sería poner la fecha y la hora.
                Se decidió por la noche, cuando volvía del trabajo, a la vuelta de la casa y por el cuchillo.
                Lo esperó pacientemente en la esquina. Cuando salió del negocio lo siguió manteniendo cierta distancia. Tres cuadras a paso medio casi sin gente, sin más negocio que un kiosco improvisado detrás de la ventana de una casa.
                El tipo dobló para tomar la calle que lo acercaba a su casa, el baldío que había elegido quedaba a unos metros. Se le acercó mirando alrededor. No había nadie cerca, salvo un hombre solo caminando unos cincuenta metros más adelante en la misma dirección que ellos llevaban.
                A mitad del baldío lo alcanzó. Desde atrás, al mismo tiempo que con su mano izquierda le tapaba la boca, el cuchillo en su derecha le entraba por las costillas sin que pudiera gritar.             
              Mientras le sacaba el cuchillo, acompañó su caída con los brazos.
                El tipo ya no podía hablar y él tampoco.  Jadeaba como si hubiera corrido todo el camino. Sabía que ese hombre moriría enseguida, aunque alguien lo encontrara pronto e intentara ayudarlo.
                Miró hacia atrás y al no ver a nadie prosiguió su camino como si nada, mientras ponía el cuchillo en una bolsa de nylon y lo guardaba en el bolsillo interior de la campera.
                Llegó a la parada del colectivo sin alarmas y el colectivo se acercó en seguida como si hasta eso estuviera preparado. Estaba de buenas, pudo volver sentado y, en el camino de regreso a casa, fue contabilizando en su haber el dinero a cobrar y se hacía una idea bastante aproximada de aquello en lo que lo gastaría.
                Un par de días después, confirmada la muerte por el comprador de muertes, cobró lo convenido y ese mismo fin de semana, en un cruce peatonal de las vías del Roca, lo atropelló un tren que se dirigía a Constitución.
                El maquinista declaró que recién lo vio en el mismo momento que se tiraba o tropezaba, que no vio otra cosa ni tuvo tiempo para nada, que metió el freno entonces; pero que contra los suicidas no se puede hacer nada.
                La gacetilla dio por sentado el suicidio y el comprador de muertes sonrió al leerlo.
   



miércoles, 18 de marzo de 2020

Venganza (sergio beleiro)


    Le dio el tiro en las tripas.
    El otro, la espalda contra la pared, se deslizó hasta quedar sentado en el suelo con las manos en el vientre.
    Al destello siguió el vacío.
    Años de rabia y ahora nada.
    El otro, con la mirada hacia el frente, parecía querer decir algo, intentaba decir, era sólo un balbuceo.
    Creyó apuntar nuevamente pero el brazo seguía extendido en la misma, relativa, posición.
    El disparo levantó un pedazo de revoque apenas encima del otro.
    Entonces sí, apuntó y con el tercer tiro le reventó la cabeza.
    La rabia había vuelto pero se dio cuenta de que volvería a escaparse. Supo que el otro ya no respiraba y recién entonces pudo tener cierta noción de sí mismo.
    Se dio cuenta también de que el revólver temblaba en su mano, que su mano temblaba.
    Penosamente pudo bajar el brazo y, al cerrar por primera vez los ojos, se tambaleó y cayó al suelo de rodillas. Supo que lloraba desde el principio, que el primer dolor y la rabia que todos estos años lo habían perseguido tomaban, poco a poco, otra forma; que a todo esto y al acto final seguiría una calma extraña.
    No hubo tiempo de preguntas y menos de respuestas, la sangre lo ahogó todo.
    Se levantó y desandando el camino que lo había traído tuvo claro, si cabía la claridad en ese momento, que ya no era el mismo, que otra vez cambiaba y otra vez no se conocía, que un terremoto lo había asolado llevándoselo todo y le quedaban sólo las sombras de una casa en el pasado y de la persona que fue.
    Si quedaba algo en él de la persona que años atrás llevó su nombre, que todavía lo llevaba, vendría lentamente algo parecido al remordimiento con su áspera crueldad; pero temía ser completamente otro, ser un asesino exactamente igual a aquel que dejaba atrás, sentado sobre su propia sangre, como él había dejado a su hermano hace muchos años, un muerto cualquiera con los ojos abiertos, sin ninguna piedad.




domingo, 15 de marzo de 2020

marca la luna con un dedo en la ventana

se desata los zapatos
marca la luna con un dedo en la ventana
luego con otro se apunta a la cabeza
descalzo va y viene por la casa
yendo a parar frente a un espejo
donde de nuevo se apunta a la cabeza con un dedo
porque nunca le gustó mucho la luna
andar descalzo
mirarse en el espejo

Viernes, 3 AM (Charly García)

La fiebre de un sábado azul
y un domingo sin tristezas.
esquivas a tu corazón
y destrozas tu cabeza
y en tu voz, sólo un pálido adios
y el reloj en tu puño marcó las tres.

El sueño de un sol y de un mar
y una vida peligrosa
cambiando lo amargo por miel
y la gris ciudad por rosas
te hace bien, tanto como hace mal
te hace odiar, tanto como querer y más.

Cambiaste de tiempo y de amor
y de música y de ideas.
Cambiaste de sexo y de Dios
de color y de fronteras
pero en sí nada más cambiará
y un sensual abandono vendrá y el fin.

Y llevas el caño a tu sien
apretando bien las muelas
y cierras los ojos y ves
todo el mar en primavera
bang! bang! bang!
hojas muertas que caen
siempre igual
los que no pueden más se van.





De La grasa de las capitales, Serú Giran, 1979.

jueves, 12 de marzo de 2020

Plegaria para un niño dormido (Luis Alberto Spinetta)

plegaria para un niño dormido
quizás tenga flores en su ombligo
y además en sus dedos que se vuelven pan
barcos de papel sin altamar

plegaria para el sueño del niño,
donde el mundo es un chocolatín
adonde van mil niños dormidos que no están
entre bicicletas de cristal

se ríe el niño dormido
quizás se sienta gorrión esta vez
jugueteando inquieto en los jardines de un lugar
que jamás despierto encontrará

que nadie nadie despierte al niño
déjenlo que siga soñando felicidad
destruyendo trapos de lustrar
alejándose de todo el mal.