La pasó mal. Semanas, meses, tal vez más tiempo. El origen de los problemas venía de mucho más atrás. De un momento impreciso que no alcanzaba a recordar. Un asunto de años.
Los últimos tiempos, siempre lo mismo, reproches, acusaciones infundadas o no, destratos, en la intimidad o frente a todos.
Primero fue
el ultimátum. "Andá buscándote algo, un lugar por ahí, esto no da para
más".
Y empezó a
buscar; pero no se quería ir. Estaban los chicos, la casa; esa misma casa por
la cual nunca se había preocupado demasiado. Estaba ella, estaban los buenos
momentos.
¿Por qué no
podrían reconciliarse?
Si bien
anduvo averiguando por algún lugar a donde ir, fue posponiendo el momento.
¿Por qué,
después de tantos años, no podía sentarse y hablar con ella?
Había algunas
cosas por hacer, ponerse la pila, resolver algunos de los ítems de la lista de
reproches que ella podía recitarle sin esfuerzo, aunque ya estuviera cansada de
exigírselas.
Cada una de
esas cosas, de manera inexorable, salía
a relucir cuando Diana explotaba, como si fuera un volcán que, periódicamente,
entraba en erupción.
No dejó las cosas como estaban. No.
Resolvió un par de renglones de la lista y más adelante intentaría con el
resto. Pila, tenía que ponerse la pila.
Y no se fue.
Días,
semanas, meses, los mismos hechos que se repiten.
Las pilas se
agotan y los volcanes empiezan con sus humos y siguen con fuego y lava sobre
los antiguos sedimentos.
"Se
terminó, agarrá las cosas y andate".
Diana le
partió el corazón. Se fue casi con lo puesto.
Los chicos
no estaban, les explicaría ella. Ya eran adolescentes, pero sería un mal trago.
Por las
noches, hablaba con ellos por teléfono y después se ponía a llorar.
Tenía que
ponerse los pantalones, cambiar las cosas, procurarse lo que ella le pedía. No
iba a poder volver con las manos vacías, pero necesitaba tiempo.
¿Era tan
importante?
¿Era tan
difícil?
Se prometió
resolver las cosas. Le prometió el gran cambio. ¡El cambio!
Volvió.
Volvieron.
Días, semanas, meses. Las baterías se
agotan y los cambios no llegan o tardan más de lo debido.
"Uno
se acostumbra a todo, los malos momentos no son una excepción".
Siempre
las mismas cosas, las mismas peleas, las no peleas, los mismos reproches. Esa
maldita lista.
"¿Uno
se acostumbra a todo?"
"Hacé
el bolso”
” Cuando
vuelva del trabajo, ya no te quiero ver".
Y se fue.
Se acomodó
en un hueco sin gas ni agua caliente. Comía en el boliche de unos amigos y se
iba a bañar a la casa de otro. Durante el día alguno de los chicos pasaba a
visitarlo y era su gran alegría.
Esta vez
ya no lloraba. Estaba bien, pero se tenía que poner las pilas, más pilas,
arreglar el hueco, hacerlo habitable. Un poco de ejercicio para ponerse en
línea. Un poco más de amigos, para evitar el vacío. Agenciarse alguna diversión
porque, al fin de cuentas, la vida sigue.
¿Y Diana?
Le parecía
o presentía, que si lo intentaba podría volver, a lo mejor faltaba un poco más
de tiempo; ella lo quería, seguramente lo esperaba.
"No me
puede dejar de querer de un día para el otro."
Un mes
después lo llevaba muy bien. Estaba tranquilo. Ya no la pasaba mal como en los
últimos meses. Lo invitaron a comer unos amigos y llamó a otro para ver si
podía pasar a bañarse por ahí. "Sí, ¡cómo no!".
Antes de ir
pasó por la casa, por la casa que a pesar de todo también seguía siendo suya.
"¿Vas
a ir a bañarte allá?” ” No molestés a la gente. Bañate acá."
No lo pensó
dos veces. Se bañó, usó un perfume de sus hijos, se cambió y cuando iba a
despedirse, ella le dijo que se quedara, que había pedido pizza y ya llegaba.
Dejó la otra invitación de lado. Sus hijos y ella eran más importantes. Todo
transcurrió bien, sin un reproche, como si nunca hubiera pasado nada. Ella
estaba linda, hasta parecía estar contenta. Creyó verla un poco más joven y
hasta lo trataba con dulzura.
Era sábado
a la noche y los chicos se fueron en busca de la alegría de los amigos o las
novias.
Se quedó un
rato más. Ella era la delicadeza personificada; tal vez no hablaba mucho para
evitar algún desastre. Poco a poco se le pasó por la cabeza que las cosas se
iban dando como para quedarse en la casa esa noche, que tal vez los problemas
se solucionaban por sí solos, o por el transcurso del tiempo, o por un cariño
que no podía desaparecer, que nunca iba a desaparecer.
Un par de
cafés. "Yo todavía te quiero" "Yo también" "Tuvimos
momentos buenos” ”Los chicos..." "Esto no puede terminar
así". Charlaron un buen rato, más
que nada del pasado, y las cosas se fueron sucediendo casi sin que se diera
cuenta.
En fin, la
noche fue hermosa, más allá de lo que hubiera podido soñar.
En mucho
tiempo no habían tenido una noche así, un rato de sexo que dejaba de lado los
años que ya empezaban a pesarles y que parecía contradecir una relación que
había decaído, tanto en el amor como en el sexo, hasta disolverse en la misma
nada.
Terminaron
exhaustos, felices. Estaba tranquilo, satisfecho, con ganas de salir a la
mañana y cumplir esa condenada lista lo más rápido posible; mucho más ahora que
ella no se lo había exigido y lo había recibido como aquella mujer con la que
se había casado hace tantos años.
Al toque
se durmió.
Cuando se
despertó, era de día. Diana no estaba, trabajaba ese domingo a la mañana. Se
imaginó a los chicos durmiendo, cansados de sus correrías nocturnas.
Al pasar
camino al baño, frente a sus habitaciones, iba a controlar que así fuera, como
un buen padre retomando completamente sus funciones
Miró
alrededor, buscando su ropa.
Diana
la había apilado en la silla del rincón de la pieza. Se levantó y se vistió.
Escuchó
ruidos de desayuno en la cocina, a lo mejor Joaquín recién llegaba y antes de
irse a dormir se preparaba un té. Julio nunca, a la cama derecho y a veces sin
desvestirse.
En la
cocina estaba Diana, era más temprano de lo que pensaba. Hacía café.
Se dio
vuelta y lo miró a los ojos.
―Nos tenemos que poner de acuerdo
y hacer fácil lo que hay que hacer. La vida corre y no me quiero quedar atrás… Seguimos
cada cual por su lado y si hay algún reproche nos lo metemos en el orto.
Era
así. Era así desde hacía mucho, pensó.
Se había terminado mucho tiempo
antes.
Volvieron,
con el tiempo, a compartir mesas y algunos cafés. Pero fue la última vez que
desayunaron solos.
Nadie sabe hasta cuando un beso permanece húmedo en la mejilla del otro.
ResponderEliminarPor eso debe ser que cada quien sabe leer sus silencios, que al fin y al cabo dicen lo mismo al oído más entrenado que al sordo.