sábado, 17 de octubre de 2020

Fin de cuentas (Sergio Beleiro)

 

         La pasó mal. Semanas, meses, tal vez más tiempo. El origen de los problemas venía de mucho más atrás. De un momento impreciso que no alcanzaba a recordar. Un asunto de años.

         Los últimos tiempos, siempre lo mismo, reproches, acusaciones infundadas o no, destratos, en la intimidad o frente a todos.

         Primero fue el ultimátum. "Andá buscándote algo, un lugar por ahí, esto no da para más". 

         Y empezó a buscar; pero no se quería ir. Estaban los chicos, la casa; esa misma casa por la cual nunca se había preocupado demasiado. Estaba ella, estaban los buenos momentos.

         ¿Por qué no podrían reconciliarse?

         Si bien anduvo averiguando por algún lugar a donde ir, fue posponiendo el momento.                            

         ¿Por qué, después de tantos años, no podía sentarse y hablar con ella?

         Había algunas cosas por hacer, ponerse la pila, resolver algunos de los ítems de la lista de reproches que ella podía recitarle sin esfuerzo, aunque ya estuviera cansada de exigírselas.

         Cada una de esas cosas, de manera inexorable,  salía a relucir cuando Diana explotaba, como si fuera un volcán que, periódicamente, entraba en erupción.

         No dejó las cosas como estaban. No. Resolvió un par de renglones de la lista y más adelante intentaría con el resto. Pila, tenía que ponerse la pila.

          Y no se fue.

 

          Días, semanas, meses, los mismos hechos que se repiten.

          Las pilas se agotan y los volcanes empiezan con sus humos y siguen con fuego y lava sobre los antiguos sedimentos.

          "Se terminó, agarrá las cosas y andate".

          Diana le partió el corazón. Se fue casi con lo puesto.

          Los chicos no estaban, les explicaría ella. Ya eran adolescentes, pero sería un mal trago.

          Por las noches, hablaba con ellos por teléfono y después se ponía a llorar.

          Tenía que ponerse los pantalones, cambiar las cosas, procurarse lo que ella le pedía. No iba a poder volver con las manos vacías, pero necesitaba tiempo.

          ¿Era tan importante?

          ¿Era tan difícil?

          Se prometió resolver las cosas. Le prometió el gran cambio. ¡El cambio!

          Volvió.

          Volvieron.

 

           Días, semanas, meses. Las baterías se agotan y los cambios no llegan o tardan más de lo debido.

           "Uno se acostumbra a todo, los malos momentos no son una excepción".

            Siempre las mismas cosas, las mismas peleas, las no peleas, los mismos reproches. Esa maldita lista.

            "¿Uno se acostumbra a todo?"

            "Hacé el bolso”

            ” Cuando vuelva del trabajo, ya no te quiero ver".

            Y se fue.

            Se acomodó en un hueco sin gas ni agua caliente. Comía en el boliche de unos amigos y se iba a bañar a la casa de otro. Durante el día alguno de los chicos pasaba a visitarlo y era su gran alegría.

            Esta vez ya no lloraba. Estaba bien, pero se tenía que poner las pilas, más pilas, arreglar el hueco, hacerlo habitable. Un poco de ejercicio para ponerse en línea. Un poco más de amigos, para evitar el vacío. Agenciarse alguna diversión porque, al fin de cuentas, la vida sigue.

            ¿Y Diana?

            Le parecía o presentía, que si lo intentaba podría volver, a lo mejor faltaba un poco más de tiempo; ella lo quería, seguramente lo esperaba.

            "No me puede dejar de querer de un día para el otro."

            Un mes después lo llevaba muy bien. Estaba tranquilo. Ya no la pasaba mal como en los últimos meses. Lo invitaron a comer unos amigos y llamó a otro para ver si podía pasar a bañarse por ahí. "Sí, ¡cómo no!".

            Antes de ir pasó por la casa, por la casa que a pesar de todo también seguía siendo suya.

            "¿Vas a ir a bañarte allá?” ” No molestés a la gente. Bañate acá."

            No lo pensó dos veces. Se bañó, usó un perfume de sus hijos, se cambió y cuando iba a despedirse, ella le dijo que se quedara, que había pedido pizza y ya llegaba. Dejó la otra invitación de lado. Sus hijos y ella eran más importantes. Todo transcurrió bien, sin un reproche, como si nunca hubiera pasado nada. Ella estaba linda, hasta parecía estar contenta. Creyó verla un poco más joven y hasta lo trataba con dulzura.

            Era sábado a la noche y los chicos se fueron en busca de la alegría de los amigos o las novias.

            Se quedó un rato más. Ella era la delicadeza personificada; tal vez no hablaba mucho para evitar algún desastre. Poco a poco se le pasó por la cabeza que las cosas se iban dando como para quedarse en la casa esa noche, que tal vez los problemas se solucionaban por sí solos, o por el transcurso del tiempo, o por un cariño que no podía desaparecer, que nunca iba a desaparecer.

           Un par de cafés. "Yo todavía te quiero" "Yo también" "Tuvimos momentos buenos” ”Los chicos..." "Esto no puede terminar así".  Charlaron un buen rato, más que nada del pasado, y las cosas se fueron sucediendo casi sin que se diera cuenta.

 

            En fin, la noche fue hermosa, más allá de lo que hubiera podido soñar.

            En mucho tiempo no habían tenido una noche así, un rato de sexo que dejaba de lado los años que ya empezaban a pesarles y que parecía contradecir una relación que había decaído, tanto en el amor como en el sexo, hasta disolverse en la misma nada.

            Terminaron exhaustos, felices. Estaba tranquilo, satisfecho, con ganas de salir a la mañana y cumplir esa condenada lista lo más rápido posible; mucho más ahora que ella no se lo había exigido y lo había recibido como aquella mujer con la que se había casado hace tantos años.

             Al toque se durmió.

             Cuando se despertó, era de día. Diana no estaba, trabajaba ese domingo a la mañana. Se imaginó a los chicos durmiendo, cansados de sus correrías nocturnas.

             Al pasar camino al baño, frente a sus habitaciones, iba a controlar que así fuera, como un buen padre retomando completamente sus funciones

 

              Miró alrededor, buscando su ropa.

              Diana la había apilado en la silla del rincón de la pieza. Se levantó y se vistió.

              Escuchó ruidos de desayuno en la cocina, a lo mejor Joaquín recién llegaba y antes de irse a dormir se preparaba un té. Julio nunca, a la cama derecho y a veces sin desvestirse.

              En la cocina estaba Diana, era más temprano de lo que pensaba. Hacía café.

              Se dio vuelta y lo miró a los ojos.

  ―Nos tenemos que poner de acuerdo y hacer fácil lo que hay que hacer. La vida corre y no me quiero quedar atrás… Seguimos cada cual por su lado y si hay algún reproche nos lo metemos en el orto.

              Era así. Era así desde hacía mucho, pensó.

  Se había terminado mucho tiempo antes.

              Volvieron, con el tiempo, a compartir mesas y algunos cafés. Pero fue la última vez que desayunaron solos.





      

               

1 comentario:

  1. Nadie sabe hasta cuando un beso permanece húmedo en la mejilla del otro.
    Por eso debe ser que cada quien sabe leer sus silencios, que al fin y al cabo dicen lo mismo al oído más entrenado que al sordo.

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