jueves, 22 de octubre de 2020

No es una elegía por Mike Brown (Danez Smith)



estoy harto de escribir este poema
pero traigan al chico. con su nombre nuevo
con su cadáver de siempre. algo muerto,
negro, común. tráiganlo & lo vamos a llorar
hasta olvidarnos de que estamos llorando
& ¿acaso ser negro no era eso?
no la alegría, sino lo que sentís
cuando tenés a tu hijo enfrente,
de repente mirás para otro lado,
& ¡puf! ya no está más.
sentir eso es ser negro.
\\
pensemos: un día a una chica blanca
la secuestran & es la guerra de Troya.
después, ahí en la calle, matan a Troy
& eso fue el martes. ¿acaso no nos merecemos
una ciudad de ceniza? ¿o que manden
1000 barcos porque nos extrañan?
siempre hay algo que merece que lo incendien.
últimamente nunca es lo que corresponde.

exijo una guerra para que devuelvan al chico muerto
sin importar cómo se llame esta vez.
por lo menos exijo una canción. con una canción nos arreglamos.
\\
miren lo que hizo el señor
sobre Missouri, dulce humareda.

Traducción de Ezequiel Zaidenwerg.

I am sick of writing this poem
but bring the boy. his new name
his same old body. ordinary, black
dead thing. bring him & we will mourn
until we forget what we are mourning
& isn’t that what being black is about?
not the joy of it, but the feeling
you get when you are looking
at your child, turn your head,
then, poof, no more child.
that feeling. that’s black.
\\
think: once, a white girl
was kidnapped & that’s the Trojan war.
later, up the block, Troy got shot
& that was Tuesday. are we not worthy
of a city of ash? of 1000 ships
launched because we are missed?
always, something deserves to be burned.
it’s never the right thing now a days.
I demand a war to bring the dead boy back
no matter what his name is this time.
I at least demand a song. a song will do just fine.
\\
look at what the lord has made.
above Missouri, sweet smoke.

https://poets.org/poem/not-elegy-mike-brown

Como soy un poeta miserable y un traductor sin conocimiento de ningún idioma, me permito otra versión libre y mustia:


estoy harto de escribir este poema,
pero traigan al chico. con su nuevo nombre,
con su cuerpo de siempre: 
esa ordinaria y negra cosa muerta. 

tráiganlo y lo vamos a llorar
hasta olvidarnos que estamos de luto.

¿no se trata de eso ser negro?
porque ser negro no es la alegría de serlo, 
sino el sentimiento que tenés 
cuando estás mirando a tu hijo, 
volteás la cabeza, ¡y  mierda!
ya no hay más niño.

esa sensación: 
eso es ser negro.

\\

pensalo: una vez una chica blanca
fue secuestrada y ardió Troya.

más tarde, en tu cuadra, Troy recibió un disparo.
y eso fue el martes  ¿no nos merecemos
una ciudad hecha cenizas? ¿o 1000 barcos
lanzados porque desaparecemos,
porque troy desapareció?

siempre algunas cosas merecen ser quemadas.
aunque nunca parece ser lo correcto, 
por lo menos en estos días.

exijo una guerra para que traigan de vuelta al chico muerto:
no importa cuál sea su nombre esta vez.

al menos exijo una canción. 
una canción sería un justo final.

\\

mirá lo que hizo el señor sobre Missouri:
hoy, sobre Missouri,  el humo es dulce.




sábado, 17 de octubre de 2020

Fin de cuentas (Sergio Beleiro)

 

         La pasó mal. Semanas, meses, tal vez más tiempo. El origen de los problemas venía de mucho más atrás. De un momento impreciso que no alcanzaba a recordar. Un asunto de años.

         Los últimos tiempos, siempre lo mismo, reproches, acusaciones infundadas o no, destratos, en la intimidad o frente a todos.

         Primero fue el ultimátum. "Andá buscándote algo, un lugar por ahí, esto no da para más". 

         Y empezó a buscar; pero no se quería ir. Estaban los chicos, la casa; esa misma casa por la cual nunca se había preocupado demasiado. Estaba ella, estaban los buenos momentos.

         ¿Por qué no podrían reconciliarse?

         Si bien anduvo averiguando por algún lugar a donde ir, fue posponiendo el momento.                            

         ¿Por qué, después de tantos años, no podía sentarse y hablar con ella?

         Había algunas cosas por hacer, ponerse la pila, resolver algunos de los ítems de la lista de reproches que ella podía recitarle sin esfuerzo, aunque ya estuviera cansada de exigírselas.

         Cada una de esas cosas, de manera inexorable,  salía a relucir cuando Diana explotaba, como si fuera un volcán que, periódicamente, entraba en erupción.

         No dejó las cosas como estaban. No. Resolvió un par de renglones de la lista y más adelante intentaría con el resto. Pila, tenía que ponerse la pila.

          Y no se fue.

 

          Días, semanas, meses, los mismos hechos que se repiten.

          Las pilas se agotan y los volcanes empiezan con sus humos y siguen con fuego y lava sobre los antiguos sedimentos.

          "Se terminó, agarrá las cosas y andate".

          Diana le partió el corazón. Se fue casi con lo puesto.

          Los chicos no estaban, les explicaría ella. Ya eran adolescentes, pero sería un mal trago.

          Por las noches, hablaba con ellos por teléfono y después se ponía a llorar.

          Tenía que ponerse los pantalones, cambiar las cosas, procurarse lo que ella le pedía. No iba a poder volver con las manos vacías, pero necesitaba tiempo.

          ¿Era tan importante?

          ¿Era tan difícil?

          Se prometió resolver las cosas. Le prometió el gran cambio. ¡El cambio!

          Volvió.

          Volvieron.

 

           Días, semanas, meses. Las baterías se agotan y los cambios no llegan o tardan más de lo debido.

           "Uno se acostumbra a todo, los malos momentos no son una excepción".

            Siempre las mismas cosas, las mismas peleas, las no peleas, los mismos reproches. Esa maldita lista.

            "¿Uno se acostumbra a todo?"

            "Hacé el bolso”

            ” Cuando vuelva del trabajo, ya no te quiero ver".

            Y se fue.

            Se acomodó en un hueco sin gas ni agua caliente. Comía en el boliche de unos amigos y se iba a bañar a la casa de otro. Durante el día alguno de los chicos pasaba a visitarlo y era su gran alegría.

            Esta vez ya no lloraba. Estaba bien, pero se tenía que poner las pilas, más pilas, arreglar el hueco, hacerlo habitable. Un poco de ejercicio para ponerse en línea. Un poco más de amigos, para evitar el vacío. Agenciarse alguna diversión porque, al fin de cuentas, la vida sigue.

            ¿Y Diana?

            Le parecía o presentía, que si lo intentaba podría volver, a lo mejor faltaba un poco más de tiempo; ella lo quería, seguramente lo esperaba.

            "No me puede dejar de querer de un día para el otro."

            Un mes después lo llevaba muy bien. Estaba tranquilo. Ya no la pasaba mal como en los últimos meses. Lo invitaron a comer unos amigos y llamó a otro para ver si podía pasar a bañarse por ahí. "Sí, ¡cómo no!".

            Antes de ir pasó por la casa, por la casa que a pesar de todo también seguía siendo suya.

            "¿Vas a ir a bañarte allá?” ” No molestés a la gente. Bañate acá."

            No lo pensó dos veces. Se bañó, usó un perfume de sus hijos, se cambió y cuando iba a despedirse, ella le dijo que se quedara, que había pedido pizza y ya llegaba. Dejó la otra invitación de lado. Sus hijos y ella eran más importantes. Todo transcurrió bien, sin un reproche, como si nunca hubiera pasado nada. Ella estaba linda, hasta parecía estar contenta. Creyó verla un poco más joven y hasta lo trataba con dulzura.

            Era sábado a la noche y los chicos se fueron en busca de la alegría de los amigos o las novias.

            Se quedó un rato más. Ella era la delicadeza personificada; tal vez no hablaba mucho para evitar algún desastre. Poco a poco se le pasó por la cabeza que las cosas se iban dando como para quedarse en la casa esa noche, que tal vez los problemas se solucionaban por sí solos, o por el transcurso del tiempo, o por un cariño que no podía desaparecer, que nunca iba a desaparecer.

           Un par de cafés. "Yo todavía te quiero" "Yo también" "Tuvimos momentos buenos” ”Los chicos..." "Esto no puede terminar así".  Charlaron un buen rato, más que nada del pasado, y las cosas se fueron sucediendo casi sin que se diera cuenta.

 

            En fin, la noche fue hermosa, más allá de lo que hubiera podido soñar.

            En mucho tiempo no habían tenido una noche así, un rato de sexo que dejaba de lado los años que ya empezaban a pesarles y que parecía contradecir una relación que había decaído, tanto en el amor como en el sexo, hasta disolverse en la misma nada.

            Terminaron exhaustos, felices. Estaba tranquilo, satisfecho, con ganas de salir a la mañana y cumplir esa condenada lista lo más rápido posible; mucho más ahora que ella no se lo había exigido y lo había recibido como aquella mujer con la que se había casado hace tantos años.

             Al toque se durmió.

             Cuando se despertó, era de día. Diana no estaba, trabajaba ese domingo a la mañana. Se imaginó a los chicos durmiendo, cansados de sus correrías nocturnas.

             Al pasar camino al baño, frente a sus habitaciones, iba a controlar que así fuera, como un buen padre retomando completamente sus funciones

 

              Miró alrededor, buscando su ropa.

              Diana la había apilado en la silla del rincón de la pieza. Se levantó y se vistió.

              Escuchó ruidos de desayuno en la cocina, a lo mejor Joaquín recién llegaba y antes de irse a dormir se preparaba un té. Julio nunca, a la cama derecho y a veces sin desvestirse.

              En la cocina estaba Diana, era más temprano de lo que pensaba. Hacía café.

              Se dio vuelta y lo miró a los ojos.

  ―Nos tenemos que poner de acuerdo y hacer fácil lo que hay que hacer. La vida corre y no me quiero quedar atrás… Seguimos cada cual por su lado y si hay algún reproche nos lo metemos en el orto.

              Era así. Era así desde hacía mucho, pensó.

  Se había terminado mucho tiempo antes.

              Volvieron, con el tiempo, a compartir mesas y algunos cafés. Pero fue la última vez que desayunaron solos.





      

               

sábado, 10 de octubre de 2020

Prohibido pasar (Juan Antonio Vasco)

 












No se puede pasar por aquí no hay puerta no hay llave no hay 
      más que la roca y la baba y no hay nada que hacer

Y no hay más que signos y símbolos y cercos y ceros y caries y             
     cáscaras y cofres y corchos y curias y culpas y no hay nada 
     que hacer

no nada que engendre ni para ni ruja ni ría ni mate ni ordeñe 
      ni trepe a los árboles ni escupa en el río ni cuelgue el teléfono 
      ni limpie la baba de no hay nada que hacer

ni los barcos ardiendo de música ni los gallardetes del sexo ni el 
      jabón de los parques ni la televisión de la jungla ni la nuca de 
      pelo ni nalgas ni vértebras ni dos mil millones de cepillos de 
      dientes no hay nada que hacer

No se puede pasar por aquí ni desnudo ni negro ni occiso ni arcángel 
      ni a tiros ni fantasma ni enfermo ni un jueves ni a gatas ni ahora 
      ni nunca ni nadie ni hay nada que hacer

No nada ni el cuerpo maniatado hasta los ojos podrá sacar de los 
      bolsillos una gota de sangre para el peaje ni el alma enredada 
      en sus tripas encuentra la cédula ni el espíritu con su ojo 
      enrojecido da luz ni la familia se moverá un centímetro de su 
      retrato de las Bodas de Oro de la Edad de Oro de nada de la 
      conquista del espacio para nada de la civilización occidental 
      por nada de la Producción en Masa de NO HAY NADA QUE HACER.



Tomado de La poesía de los cincuenta, Centro Editor de América Latina, 1981.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Sombra (Sergio Beleiro)

Sombra ya no habita las ciudades
los barrios
esta pequeña sucesión de casas bajas

anda
va
va dejando muertos  sin matar

los escupe
los deja caer desde los labios
como una baba gris

hace mucho que no sonríe
ni se acuerda de la risa

mil años que no puede llorar 
ni un poco

va

va dejando muertos y sin matar
silencios

se ha secado ha perdido sus humedades
ha perdido las uñas como sueños
ha perdido el pelo como hojas
sin haberse dado cuenta del otoño ni el verano
ha perdido los ojos han quedado
con otros muertos por el camino
como diciendo: los ojos son para el futuro 
y si no hay futuro no son más que muertos

que queden atrás 
aún sin cementerio

va 

va dejando muertos
la piel
la sangre de los pensamientos
las piedras que golpearon cada sentimiento
doblándolo
rompiéndolo
haciéndolo tristeza irredimible
que no deja de sumarse a más tristezas

Sombra ya no habita las ciudades ni los pueblos
y esta pequeña sucesión de casas bajas ya no lo ve pasar
con sus paredes largas y no blancas de vista indiferente 

su casa está por aquí
pero ya no es su casa
porque no está a gusto en ninguna parte

y sólo está 
para esta cosa de los muertos







domingo, 4 de octubre de 2020

Ahora salgo (Joaquín Giannuzzi)

Me senté en la ventana
bebiendo mi café mientras el país se sacudía.
Ensayé algunas meditaciones
en lugar de quebrar el decorado a balazos.
Y bien, aquello era demasiado
aún para un canalla como yo.
Quiere decir que de pronto entendí
que en esa sacudida no había nada de teatro,
y que todo iba a reventar en serio.
En la calle las caras se habían endurecido;
en los puños levantados se insinuaba
un conocimiento decisivo;
sonaron los primeros disparos
y entonces salí, me instalé en la historia.
Y era una lástima, de todos modos,
porque hubiera tenido filosofía para rato.



Del libro Las condiciones de la época, 1967.
Tomado de La poesía del cincuenta, Centro Editor de América Latina, 1981.