jueves, 30 de septiembre de 2021
Ampulosas como las 11 caídas de Firpo (Vicente Luy)
martes, 28 de septiembre de 2021
lunes, 27 de septiembre de 2021
Una noche queríamos comprar... (Paula Jiménez España)
sábado, 18 de septiembre de 2021
¿Diatriba? (Miriam Palma Ceballos)
jueves, 16 de septiembre de 2021
27 de abril de 2007 (Fragmentos de un diario) (Edgardo Dobry)
En el poema "Otra vez, con sentimiento", de Desolación de la Quimera (1962), Cernuda evoca a García Lorca: se siente en la obligación de sustraer su memoria al uso que de ella hace Dámaso Alonso, poeta y académico bien acomodado al franquismo. En el estudio "Una generación poética (1920-1936)" -recogido en Poetas españoles contemporáneos, Madrid, Credos, 1952-, Alonso mencionaba a García Lorca como "mi príncipe". A eso responde Cernuda en "Otra vez...», que termina así:
En el poema de Cernuda, "la estupidez sucede al crimen"; en el texto de Walsh, el crimen surgido de la estupidez es validado por quienes premian a los culpables e ignoran a las víctimas. En ambos casos, la imbecilidad es la cara alevosa del delito. En ambos casos, también, la ingenuidad vuelve a aparecer como uno de los motores, acaso el principal, de la literatura.
Diario de Poesía N°76, mayo a agosto de 2008, Buenos Aires.
lunes, 13 de septiembre de 2021
Asma (Sergio Felipe Mattano)
el aire ingresa y egresa de sus pulmones,
infla uno a uno sus alvéolos,
oxigena la sangre y así
sin que ud. note el mínimo
acontecimiento.
Pero nosotros no:
nunca fue un acto reflejo,
duele cada centímetro cúbico de aire
y, por lo general, nunca alcanza.
Aprendimos a morir desde pequeños
entre vapores, ventolín y el infierno rudo
de los rezos del nebulizador.
Nosotros conocemos la muerte antes que a ud.
se le muriera un abuelito, que en pack descanse,
arriando el ínfimo retoño de O2 hacia el pecho
entre chillidos de la carne que le niega el paso
meditando para vencer el nervio histérico de yacer
ahogados sin una mano que nos seque la febril testa.
Aprendimos a morir y en eso sacamos ventaja,
aunque los años de catecismo insistan
en igualarnos mortales.
viernes, 10 de septiembre de 2021
Muerte en primera persona (Sergio Beleiro)
Esperé a que
saliera desde un lugar donde no me podía ver.
¿Me podía ver
desde su ventana?
No creo, tampoco
me conoce.
Soy sigiloso, pero
sobre todo común, de verme no podría sospechar.
Siempre me hago
las mismas preguntas.
¿Podría
asociarme con algo o alguien?
No.
Soy de afuera.
Es imposible.
Lo esperé y lo
seguí de lejos, suficientemente lejos.
Ya lo había
seguido antes, de distinto modo, siempre a suficiente distancia, en distintas
circunstancias.
Él seguía con
sus mismas costumbres, nunca cambió nada, por lo que supuse que no esperaba
nada. No sabía, no intuía, no le importaba nada o estaba seguro de que no le
podía pasar nada. Aunque nadie puede pensar eso: salís a la calle y como en los
dibujos animados te espera un piano en la cabeza que cae desde el piso nueve y
no te salvás porque no sos un dibujito.
Pero un ex
policía tendría que saber que metió sus narices en lugares donde nunca las
tenía que haber metido y que su jubilación no es garantía de nada. También es
posible que sea un tarado o no le importe un corno.
(Quien escribe,
yo, por escribir, en cierto modo, se cree omnipotente, pero no es más que un
esclavo; lo que lo forma, lo que ha leído o visto por ahí, lo encadena a
ciertos moldes y socava su entendimiento, pero un personaje por él (yo mismo) creado,
hace apenas un rato, lo lleva de las narices sin que siquiera pueda
sospecharlo. ¿Qué sería de este señor omnipotente en la vida real, en una
cuestión policial real, si ahora en el medio de su pelotudez literaria se deja
llevar por lo que apenas es un bosquejo de persona, un esbozo de personalidad como
él mismo?)
Lo esperé y lo
seguí desde lejos pero sin darle posibilidad de escape. Seguía con sus mismas costumbres, iba por los mismos
sitios que cada martes seguía.
Yo no necesitaba
pensar mucho. Iba a ir primero allá, después allí y más tarde terminaría en tal
lugar para volver con la noche más profunda a su casa.
Lo seguí,
maquinalmente, a los mismos pasos de distancia, las mismas o parecidas paradas,
los mismos horarios, más o menos las mismas calles, en fin, un circuito igual o
semejante hacia el mismo destino.
Volvía a casa, a
la misma casa, enfrente del mismo bar desde donde tantas veces lo observé, unos
días desde una ventana, otras tardes desde otra, casi de refilón desde la barra
algunas noches cuando la gente era otra y la luz era otra y la consumición
tenía otro precio, sobre todo los fines de semana.
Volvía a su
casa, a la casa del ventanal amplio, del balcón sin macetas.
No lo iba a
dejar llegar.
A estas horas, en
la soledad de las calles y la soledad de la hora, reduciría la distancia para
alcanzarlo justo en la entrada del edificio.
Nunca supe cómo
se dio cuenta y diez metros antes, dio media vuelta con el arma en la mano en
un pase de magia perfecto y, sin tener tiempo a reaccionar, aun con mi dedo en
el gatillo de la pistola sin seguro y a medio desenfundar, me pegó un tiro en
la frente, mientras yo, por reflejo o espasmo involuntario, ya muerto, me
pegaba un tiro en el pie.
Pueden pensar
que esta historia no tiene mucho sentido, que un muerto no puede contar su
historia, pero por lo menos en el cine un muerto la suya ya ha contado.
(Digamos Sunset
Boulevard, Billy Wilder, 1950. También hay comedia musical)