Sí,
toca,
Amor.
Arranca la corteza,
alcancen tus vapores la piel,
el velamen sutilísimo, ese manto
que nos cubre el desnudo de la albada.
Sí,
toca,
Amor.
Desprende el equilibrio de las hojas.
Huella con tu voz todo el rocío,
que suavice nuestro asfalto.
Empújale hacia el agua,
que sea lodo,
río,
flor,
lluvia,
canto.
Al oro liviano de tu pecho
caigan sus espinas sobre el párpado,
que nada es el rocío sin la noche,
ni la noche sin el hombre,
ni el hombre sin la brisa de tus manos.
Nada es esta tierra
sin tu lengua,
Amor,
sin tu mirada:
los libros amontonan
su ordenada pesadumbre,
las fugaces pertenencias
se nos hielan
en el alma,
los días
se desatan en badajos sin campanas,
los horarios
atrasan su modorra,
clamando a grito herido
que estar sin Amor
es saltar las estaciones
y tenderse blandamente
en los bordes del invierno todo el año.
Sí,
toca,
Amor.
Deslízate en la almohada,
llena la escalera de la luz
que arriba desnutrida,
con legañas en los brazos.
Habla,
Amor,
que sepa el arrebol de tus bostezos,
que la noche
se desinfle en tu garganta,
que el relente
se adormezca en tu zapato,
que la niebla,
al mordernos las antenas,
arrecie los calores
de tu pulso desbocado.
Sopla en el oído
tu racimo de palabras,
roza con tus belfos
mi animal ensangrentado.
Relincha,
corrompe,
desgarra contra el aire,
que sepa el que recorre la ciudad
contando sus ganancias
que es beso la razón
y abrazo la raíz del mar y la montaña.
Sí,
toca,
Amor,
que nada es la belleza de la vida
sin tus ojos,
sin tu sexo,
sin el tacto caudaloso de tus labios.
(Poema V de Aguafuertes del Amor)
Tomado de Libro de los fragmentos, Ediciones Último Reino, Argentina, 1989.
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