lunes, 8 de agosto de 2022

La señorita Smila y su especial percepción de la nieve - Fragmentos (Peter Høeg)


 








Siento cierta debilidad por los perdedores. Inválidos, extranjeros, el niño gordo de la clase, aquellos con quienes nunca nadie quiere bailar. Por ellos late mi corazón. Quizá porque siempre he sabido que, al fin y al cabo, no dejo de ser uno de ellos.

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Existe una concepción muy extendida según la cual los niños son transparentes y la verdad de su ser más profundo se filtra por sus poros. Es totalmente erróneo. No hay nadie que sea tan encubridor como un niño y, por otro lado, no hay nadie que lo necesite tanto como un niño. Viene a ser su respuesta a un mundo que constantemente se acerca a él con un abrelatas, pretendiendo abrirlo y ver lo que tiene dentro, con el fin de valorar si sería mejor sustituir el contenido por una conserva más corriente y vulgar.

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Los cuchillos que yo misma tengo en casa son lo suficientemente peligrosos como para abrir sólo sobres. Cortar un trozo de pan integral se encuentra ya en el límite de mis posibilidades. Para mí, no han de ser más comprometedores. En caso contrario, podría, en días malos, llegar a pensar fácilmente que siempre cabe la posibilidad de ponerme delante del espejo del baño y cortarme el cuello. En situaciones como éstas, es reconfortante tener la seguridad de que antes tendría que hacerle una visita al vecino de abajo para pedirle prestado un cuchillo decente.

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—¿Es usted creyente? —me pregunta.

—No sé si creo en su Dios.

—Da igual. ¿Cree en lo divino?

—Hay mañanas en las que ni tan siquiera soy capaz de creer en mí misma.

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Se puede intentar ocultar una depresión de varias maneras. Por ejemplo, pueden escucharse las obras para órgano de Bach en la iglesia del Redentor. Puede depositarse una raya de buen humor en polvo sobre un espejo de bolsillo con una hoja de afeitar y esnifarla con una pajita. Se puede pedir ayuda a gritos. Y puede hacerse por teléfono, para, de esta manera, estar segura de que lo ha oído quien debía.

Éste es el modelo europeo: confiar en salirse de los problemas mediante la acción.

Yo elijo el camino groenlandés. Éste consiste en refugiarse en el humor negro. En colocar la derrota bajo el microscopio y recrearse en su imagen.

Cuando las cosas están verdaderamente mal, como ahora, veo un túnel negro ante mis ojos. Me dirijo hacia él. Me desprendo de mis ropas caras, de la ropa interior, de mi casco de seguridad y de mi pasaporte danés y me introduzco en la oscuridad.

Sé que surgirá un tren del túnel. Una locomotora de vapor forrada de plomo que transporta estroncio 90. Voy a su encuentro.

Puedo hacerlo porque tengo treinta y siete años. Sé que allí, en el túnel, bajo las ruedas, entre las traviesas, hay un pequeño punto de luz.

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