Estas no son manos de gigantes
Estas no son manos de genios
Que han forjado las cadenas y el crimen
Estas son manos acostumbradas a sí mismas
Vacías de amor vacías del mundo
El común de los mortales no las estrechó
Se han vuelto ciegas y extranjeras
A todo lo que no sea torpemente una presa
Su placer se parece al fuego desnudo del desierto
Sus diez dedos se multiplican de ceros en sus cuentas
Que no llevan nada más que al fondo de las quiebras
Y su habilidad las colma de nada
Estas manos están a popa en lugar de estar a proa
En el crepúsculo en lugar de estar en el alba esplendente
Y dividiendo el impulso anulan la esperanza
Estas no son más que las manos siempre condenadas
Por la multitud alegre que desciende en el día
En que cada uno podría ser justo para siempre
Y reír al saber que no se está solo en la tierra
Al querer conducirse por aquellos hermanos
Hacia una dicha única donde reír es una ley
Debernos entre nuestras manos que son las más numerosas
Aplastar la muerte idiota abolir los misterios
Construir la razón de nacer y de vivir felices .
Traducción: María Teresa León y Rafael Alberti.
Pertenece al libro Poesía Interrumpida II (1952) y fue tomado de Poemas (1917-1952), Editorial Quetzal, Argentina, 1975.
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