En la reunión hay grupos. No
todos se conocen. Pasás desapercibido.
Estás incómodo, lo que es normal
para vos en esas circunstancias.
Conocías a un par de personas y
si bien te arrimaste a ellas no lograste adecuarte, las cosas van por un lado y
después por otro y quedás pagando como siempre.
Vienen las bebidas y los primeros
bocadillos, los grupos se modifican, las conversaciones se amansan un poco y se
llevan adelante ahora en subgrupos formados al azar, determinados por el
momento en que llega el vaso a la mano.
No tuviste suerte, quedaste entre
desconocidos que aunque intentan sumarte no lo logran.
Ella no se acercó y, con tu
estado medio paranoico, pensaste que en realidad te esquivaba.
Ahora, sapo de otro pozo, en
medio de una fiesta hace unos días inesperada, no sabés que hacer, no encontrás
una excusa para irte, ni otra para acercarte a ella y conversar de bueyes
perdidos, por lo menos para que nadie note tu incomodidad, tus extraños modos,
tu silencio.
Derivás como siempre a acusarte,
a preguntarte cómo podés seguir siendo así. Tenés cincuenta años y te conocés
como nadie, ¿cómo puede ser que hayas aceptado la propuesta? Sabés la respuesta,
no querés ser como sos, no querés que te piensen más raro todavía, no querías,
como tantas veces, quedar mal declinando una invitación, querés que te piensen
más o menos normal o que no te recriminen nada.
Al final pudiste acercarte o te
vio tan solo que le dio lástima y te llevó para su lado y los bueyes perdidos o
los pájaros sueltos y nada demasiado personal.
Te debía una conversación que no
se iba a dar y explicaciones que en realidad no te debía y que no iban a
surgir. No era el momento, lo sabías y no lo hubieras pretendido. Querías pasar
el mal rato, que el tiempo pasara, terminar y volver a casa, aunque fuera con
las mismas broncas contra vos mismo que siempre te terminan comiendo las ganas
de seguir y te incitan a encerrarte de nuevo y a aislarte totalmente.
Llegó la hora de irte y pudiste
arrancar sin tener que explicar nada, aliviado por haber cumplido y haberte
podido aguantar a vos mismo todo ese rato, aunque no de la mejor manera. Te
despediste de todos y de ella, de propios y extraños como se dice en la radio.
Caminaste hasta tu casa como
descargando tensiones, pero no tan así.
Te entró la bronca vieja, la de
hace mucho, cuando ella no te respondió como esperabas, ni como no esperabas
pero era posible.
Te volvió a la mente esa tarde y
los mensajes, cuando no quiso hablar con vos y no supiste porqué y te quedaste
seco, asombrado, e incapaz de resolver la cuestión optaste por el silencio y el
cambio de planes y esa cosa que te quedaba adentro y te sigue adentro hasta
ahora.
Y por eso de que repetir las
mismas cosas esperando distintos resultados sigue siendo la misma estupidez, con
esa costumbre tuya de tropezar con la misma piedra una y otra vez, le mandaste
otro mensaje.
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