que mires con urgencia
el tiempo delante de tus ojos,
que digas lo que ves y si me ves qué ves.
Y entonces vino el mozo y yo te dije
me alegro de querer tan pocas cosas;
me alegro de desear lo que deseo,
¿acaso no lo ves?
Debieras decir más, vos insististe,
debieras decir todo, y nunca puedo,
me acostumbré a no oírme,
a no pensar en mí, yo no me veo,
apenas soy tus ojos
si acaso estuve allí.
Detrás de tu mirada sentí ruidos.
Tus ojos cambian tanto.
Los míos son carbones fijados a una hoguera
con una llama exacta, pero ciega,
y ciegos son los días que uno pasa
perdiéndose en la luz.
Pertenece a Standards, Libros de Tierra Firme, 1993.
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