Le dio el tiro en las tripas.
El
otro, la espalda contra la pared, se deslizó hasta quedar sentado en el suelo
con las manos en el vientre.
Al
destello siguió el vacío.
Años
de rabia y ahora nada.
El
otro, con la mirada hacia el frente, parecía querer decir algo, intentaba
decir, era sólo un balbuceo.
Creyó
apuntar nuevamente pero el brazo seguía extendido en la misma, relativa, posición.
El
disparo levantó un pedazo de revoque apenas encima del otro.
Entonces
sí, apuntó y con el tercer tiro le reventó la cabeza.
La
rabia había vuelto pero se dio cuenta de que volvería a escaparse. Supo que el
otro ya no respiraba y recién entonces pudo tener cierta noción de sí mismo.
Se dio
cuenta también de que el revólver temblaba en su mano, que su mano temblaba.
Penosamente
pudo bajar el brazo y, al cerrar por primera vez los ojos, se tambaleó y cayó
al suelo de rodillas. Supo que lloraba desde el principio, que el primer dolor
y la rabia que todos estos años lo habían perseguido tomaban, poco a poco, otra
forma; que a todo esto y al acto final seguiría una calma extraña.
No
hubo tiempo de preguntas y menos de respuestas, la sangre lo ahogó todo.
Se levantó y desandando el camino que lo había
traído tuvo claro, si cabía la claridad en ese momento, que ya no era el mismo,
que otra vez cambiaba y otra vez no se conocía, que un terremoto lo había
asolado llevándoselo todo y le quedaban sólo las sombras de una casa en el
pasado y de la persona que fue.
Si
quedaba algo en él de la persona que años atrás llevó su nombre, que todavía lo
llevaba, vendría lentamente algo parecido al remordimiento con su áspera
crueldad; pero temía ser completamente otro, ser un asesino exactamente igual a
aquel que dejaba atrás, sentado sobre su propia sangre, como él había dejado a
su hermano hace muchos años, un muerto cualquiera con los ojos abiertos, sin
ninguna piedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario