Volvía caminando a mi casa
después de trabajar y veo un pibito adelante, en la vereda, que tendría un poco
más de dos años, jugando con una piedra.
Ahí nomás la abuela, que estaba
hablando con una vecina, justo cuando yo llegaba a donde estaban, le pegó el
grito: ¡Picú, dejá esa piedra o el señor te va a llevar! ¡Señor, lléveselo en
la mochila! ¡Lléveselo!
Ni que decir lo que pasó: el chico largó la
piedra y retrocedió con los ojos muy abiertos hasta esconderse detrás de la
figura de la señora, mientras las veteranas sonreían.
¡Ahora soy el cuco! ¡No me faltaba otra cosa!
Aunque me doy cuenta de que más que acusarme de cuco o declararme de tal modo,
fui señalado como el hombre de la bolsa.
No creo que afeitándome y dejando
la mochila en casa solucione nada.
Cuando yo era chico, para estos
menesteres, conmigo usaban al hombre de la bolsa más que al cuco; no recuerdo
si me señalaban a alguna persona en particular para personificar, sin saberlo,
a semejante villano.
Cincuenta años después, asocio a
ese monstruo suburbano de mi niñez ― o maldito antihéroe creado por los grandes
para imponer o mantener, de alguna manera, el orden que los niños no hacían más
que poner en riesgo con sus juegos ―, fantasma oscuro en el que la señora por
azar me ha convertido, a algún linyera de la zona que pasaba de vez en cuando a
tirar la manga por mi casa. En ese entonces teníamos un almacén de barrio y mi
viejo, cuando pasaba este señor a pedir, recogía en la heladera los requechos,
los culitos de fiambre que la máquina de fetear ya no podía cortar, los
envolvía en un papel, un poco blanco, un poco gris, y le entregaba el paquetito
al hombre de la bolsa, mientras yo miraba la escena, con los ojos muy abiertos,
en puntas de pie y medio asustado, detrás del mostrador.
Los tiempos cambian. Hoy en día
ese descarte, ayer comida de beneficencia simple y llana, se vende y es
comprada en el supermercado, en cubitos, a veces espolvoreados con algunos
olorosos condimentos, en una bandejita plástica, cubierta con un film transparente,
como si fuera la gran cosa, por gente como yo que quiere comerse una picada con
poco trámite de preparación.
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