domingo, 28 de enero de 2018

cuco (sergio beleiro)


Volvía caminando a mi casa después de trabajar y veo un pibito adelante, en la vereda, que tendría un poco más de dos años, jugando con una piedra.
Ahí nomás la abuela, que estaba hablando con una vecina, justo cuando yo llegaba a donde estaban, le pegó el grito: ¡Picú, dejá esa piedra o el señor te va a llevar! ¡Señor, lléveselo en la mochila! ¡Lléveselo!
 Ni que decir lo que pasó: el chico largó la piedra y retrocedió con los ojos muy abiertos hasta esconderse detrás de la figura de la señora, mientras las veteranas sonreían.

 ¡Ahora soy el cuco! ¡No me faltaba otra cosa! Aunque me doy cuenta de que más que acusarme de cuco o declararme de tal modo, fui señalado como el hombre de la bolsa.
             No creo que afeitándome y dejando la mochila en casa solucione nada.

             Cuando yo era chico, para estos menesteres, conmigo usaban al hombre de la bolsa más que al cuco; no recuerdo si me señalaban a alguna persona en particular para personificar, sin saberlo, a semejante villano.
Cincuenta años después, asocio a ese monstruo suburbano de mi niñez ― o maldito antihéroe creado por los grandes para imponer o mantener, de alguna manera, el orden que los niños no hacían más que poner en riesgo con sus juegos ―, fantasma oscuro en el que la señora por azar me ha convertido, a algún linyera de la zona que pasaba de vez en cuando a tirar la manga por mi casa. En ese entonces teníamos un almacén de barrio y mi viejo, cuando pasaba este señor a pedir, recogía en la heladera los requechos, los culitos de fiambre que la máquina de fetear ya no podía cortar, los envolvía en un papel, un poco blanco, un poco gris, y le entregaba el paquetito al hombre de la bolsa, mientras yo miraba la escena, con los ojos muy abiertos, en puntas de pie y medio asustado, detrás del mostrador.
                Los tiempos cambian. Hoy en día ese descarte, ayer comida de beneficencia simple y llana, se vende y es comprada en el supermercado, en cubitos, a veces espolvoreados con algunos olorosos condimentos, en una bandejita plástica, cubierta con un film transparente, como si fuera la gran cosa, por gente como yo que quiere comerse una picada con poco trámite de preparación.




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