martes, 1 de marzo de 2022

Un hombre y su sombra (Nanne Timmer)


 












 

                                                  Para G.I.

 
A su clase se puede entrar con pistola, con ganas
de suicidio o enseñando las piernas. Todo eso, poco es.
A su clase se puede entrar con pucho, vino malo o
peste a noche anterior. Todo eso, lo mismo da.
Aun si fuera con mugre en los pies descalzos y las manos
sucias, comiendo frutabomba. No que eso pase en los países
de las universidades asillonadas. Pero poder, se podría, eso sí.
El profe se lo permite todo al estudiante, menos
que no sepa volar. Regla número uno en clase del hombre
de la sombra. Allí va él, en busca de la Ciudad Oculta,
los laberintos de los mataderos de las salas del Witte Singel,
que demasiado blancas aparentan ser.
Weniger Licht! Exclama, quiere ver, y así flirtea
con su propia sombra. Su sombra se ríe de él, y él
se ríe de su sombra. No que esto le sea angustioso,
en el fondo se lo pasa bien. Y cuando uno
menos se lo espera, tirachinea a los que le rodean
en plena luz. Nada de otro mundo: un pequeño gesto
de agresión contra lo intangible e inocente.
Así dos pájaros de un tiro: matar el aburrimiento con juego de tirachinas,
y lanzar el aullido como anuncio del apocalipsis. Le ronca la luz, le ronca.
Le ronca el día y la peca ingenua, le ronca.
A lo lejos se le sale un viejo anhelo a comunidad perdida,
llama, grita, llama otra vez. Busca
una mirada conjunta,
una voz hermana,
una desde abajo,
desde la noche que se cree la más oscura.
Sin mucha esperanza prueba a ver si hay respuesta.
Silencio, y después
se queda solo, confirmado
en sus ideas del statu quo del apocalipsis que ya fue.
Nada nuevo: relamiéndose los jugos de la carne, masticando
huesos y escupiendo dientes, el profesor perro del desierto.
Pero hay días en que ocurre distinto: en que luz y sombra
se ponen de acuerdo para dejar ver, dejar hablar, dejar entender.
Cuando uno ve la sombra de la luz a la luz de la sombra.
Le ronca la amistad, dice, y se ríe. La inevitable y generosa compañía
de los solitarios perros del desierto, aunque al profesor le ronque.
Un acontecimiento que uno sólo puede ver a la luz de la noche,
como si de un soneto del acantilado se tratase: la amistad.


 

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