jueves, 24 de febrero de 2022

Tetis (Carol Ann Duffy)



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me encogí
hasta el tamaño de un ave en la mano
de un varón humano.
Dulce, muy dulce era el canto
que había cantado
hasta que sentí el estrujón.

Y esto hice a continuación:
me monté en la cruz de un albatros
y ascendí la montaña del cielo.
¿Por qué? Para seguir un barco en mi vuelo.
Pero una saeta acertada
con un guiño me cortó las alas.

Así que fui a comprarme una forma adecuada.
Talle 8. Serpiente fue mi elección.
Gran equivocación.
Enroscada en la falda de mi encantador
sentí su puño estrangulador
cerrándome la garganta.

Después fui rugido, garra, zarpa pesada, s
elvática, carnívora, incivilizada,
media cebra ensangrentada
entre mis quijadas.
Pero el oro de mi mirada
vio la escopeta -calibre 12- que me apuntaba.

Me hundí en el suelo de la tierra
para nadar en el mar.
Sirena, yo misma, gran pez, anguila, delfín,
ballena, la cantante lírica de aguas.
Sobre las olas llegó el pescador
con su anzuelo y su línea y su plomada.

Cambié mi apariencia
a mapache, zorrino, armiño,
comadreja, hurón, rata, visón.
El taxidermista afiló sus cuchillos.
Olí el hedor del formol
con el que me iban a embalsamar.

Fui viento, fui gas,
fui por completo aire hirviente,
arrastrando nubes de cabellera.
Tracé mi nombre con un ciclón,
y de la nada, inesperadamente,
surgió el rugido de un avión bombardero.

Después mi lengua fue fuego
y quemaba con cada beso,
pero el novio vestía asbesto.
Así que cambié, aprendí,
me di vuelta como un guante —o eso
es lo que sentí—
cuando el niño salió de mí.
  

Traducción de Mirta Rosenberg y Lorea Canales en Diario de Poesía N°79.



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