viernes, 28 de agosto de 2020

Pizarro (Horacio Armani)

Francisco Pizarro, conquistador a sangre y fuego
de un imperio,
el 26 de junio de 1541 expiró, asesinado,
después de haber besado la cruz que con su sangre
trazó en el arduo suelo.
Hoy su esqueleto polvoriento guarda y exhibe
en un oscuro hueco la Catedral de Lima.
Nadie ama esa pobre calavera que atrae a los turistas,
a los melancólicos traficantes del pasado, a los gozosos
visitadores de museos.
Los mestizos pasan indiferentes ante él, ensimismados
en su sordo rencor al blanco y su desprecio al indio.
Tan sólo, a veces,
algún cholo penetra en el oscuro ámbito ya poblado de historia
a mirar la osamenta tristísima, ese cráneo animal,
esa basura del poder recatada al olvido,
y siente que algo más feroz que la muerte ha debido ultimarlo,
algo más infinito y cálido que esa cruz dibujada,
algo que duerme oculto entre las grandes piedras y las ruinas de Cuzco,
el eco de un temblor que todavía sobrevive,
que todavía llena de esplendor un ancho territorio inmortal,
una luz que aún enciende con su dulzura extrema
la detenida, insomne, inasible mirada de los indios.

De Los días usurpados.
Tomado de La nueva poesía argentina, Nélida Salvador, Editorial Columba, 1969.

No hay comentarios:

Publicar un comentario