donde las formas y las acciones no encierran ningún ejemplo.
Practicas laboriosamente los gestos universales,
sientes calor y frío, falta de dinero, hambre y deseo sexual.
Héroes llenan los parques de la ciudad en que te arrastras,
y preconizan la virtud, la renuncia, la sangre fría, la concepción.
De noche, si hay neblina, abren paraguas de bronce
o se recogen en los volúmenes de siniestras bibliotecas.
Amas la noche por el poder de aniquilamiento que encierra
y sabes que, durmiendo, los problemas te dispensan de morir.
Pero el terrible despertar prueba la existencia de la Gran Máquina
y vuelve a ponerte, pequeñito, frente a indescifrables palmeras.
Caminas entre muertos y con ellos conversas
sobre cosas del tiempo futuro y negocios del espíritu.
La literatura arruinó tus mejores horas de amor.
Al teléfono perdiste mucho, muchísimo tiempo de sembrar.
Corazón orgulloso, tienes prisa en confesar tu derrota
y postergar para otro siglo la felicidad colectiva.
Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo y la injusta distribución
porque no puedes, solo, dinamitar la isla de Manhattan.
Traducción de Rodolfo Alonso en Mundo grande y otros poemas, Centro Editor de América Latina, Colección Los grandes poetas.
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