miércoles, 23 de octubre de 2019

un cura (franquista en la argentina de los 60)

hablaba de los pasos sobre el agua
de la multiplicación de los panes y los peces
de la bondad del sacrificio
y me daba de vez en cuando
un coscorrón en la futura calva
cuando sin atenderlo hablaba
en la clase con mi compañero


nota:
para decir la verdad completa ese cura fue un buen maestro.
gallego en un colegio salesiano (privado) en la argentina.
mi viejo (hijo de gallegos republicanos) al hablar con él supo que era franquista.
pero las cosas eran lo que eran y mi viejo y el cura coincidían en algo: la letra (o la buena conducta) con sangre entra.
desde ya que el cura no necesitó que mi viejo le dijera (o aprobara) que si me portaba mal acudiera al coscorrón: lo hacía sin ningún remordimiento.
debo agregar que el hombre, cura franquista (generalmente sin sotana, vestido de cura tipo vida cotidiana y civil, de saquito y camisa con esos cuellitos blancos raros en lugar de una corbata) ejercía el coscorrón como una de las bellas artes: rápido, certero, doloroso, inevitable y, estoy seguro, sin dejar pruebas de su ejercicio y con la satisfacción de la tarea bien cumplida.
no los repartía a diestra y siniestra porque su tiempo con nosotros lo gastaba de mejor manera repartiendo conocimientos, penetraran en nuestros cerebros o se quedaran a medio camino sin que hubiera nudillos por el aire que fueran a empujarlos cráneo adentro.
no hacía bien con lo de los coscorrones disciplinarios, estoy seguro, y poco tiempo después la opinión general hizo caer ese castigo, ya en ese momento, desusado en estas pampas salvajes como empezaba a decaer su uso en las desgraciadas españas de post guerra.
por otro lado, en parte gracias a su mérito en la enseñanza y en parte al mérito de mi viejo por leer lo que se le pusiera en el camino, una de cawboys o el ulices de joyce de contrabando en la prohibición, cincuenta años después sigo escribiendo, seguramente más mal que bien.


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