Creo que fui escupida de mi casa. Apagones y toques de queda como la lengua contra los dientes flojos. Dios, ¿Sabes lo difícil que resulta hablar del día en que mi propia ciudad me arrastró agarrándome del pelo, dejando atrás la antigua prisión, atrás las puertas de la escuela, atrás los
torsos en llamas alzados en palos como banderas? Cuando encuentro a otros como yo, reconozco la nostalgia, la ausencia, el recuerdo de ceniza en sus caras. Nadie deja su hogar a menos que su hogar se vuelva la boca de un tiburón. He cargado tanto tiempo su viejo himno en mi boca que ya no hay espacio para más canciones, ni para otra lengua, ni para otro idioma. Conozco una pena que envuelve como mortaja, sepulta. Hice pedazos mi pasaporte y me lo comí en un hotel de aeropuerto. Estoy hinchada de palabras que no puedo olvidar.
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