domingo, 15 de mayo de 2016

un final de casas viejas (sergio beleiro)

                                               
                                                          Para "Pino" José Alberto Insenga, cariñoso aconsejador.

    Un final de casas viejas, de calles olvidadas que ceden frente al descampado.
    Tendría que haber ido para el otro lado. Para allá, tarde o temprano, la ciudad hubiera empezado a abrirse, las casas se habrían hecho edificios y las calles un disturbio de coches y de gentes volviendo a sus casas después del trabajo. Pero no: rumbeó para el sur - ni siquiera para la villa -, se fue para el lado de lo viejo, para donde todo parece terminar, sin una noción heroica o novelesca de las estrellas indicándole el camino del desierto. Se fue para el sur porque todo parecía terminar para aquel lado.
    En otro tiempo, un morocho huyendo sin la gallina en la mano. Hoy, un negrito que arrojó la billetera o la cartera tomada al descuido y se escapa hacia lo incierto, hacia un lugar que apenas conoce, porque sabe que la justicia siempre es precisa con el de abajo; que el rico o el poderoso, el que está mejor, puede zafar, aún con los papeles del engaño en la mano, con las pruebas del desfalco en la cartera. El dinero es de comprar buenas defensas, abogados a tiempo completo, y esto en cuanto a los culpables, que hablando de inocentes pasan cosas parecidas, con perejiles y otras yerbas.
    No lo pensó demasiado. Hacia el sur, sin saberlo, sin estrellas conocidas, prefiriendo un tiro por la espalda a interminables horas viendo pasar la nada en el presidio.
    Tuvo miedo al llegar al potrero porque la luz de la luna era escandalosa comparándola con las lucecitas entreveradas en las copas de los árboles de la calle que dejaba atrás.
    Tuvo miedo. Un rato antes sólo corría, luchaba con sus piernas y sus propios pulmones más que con quienes lo perseguían. ¿Dos? ¿Tres? No lo sabía, nunca dio vuelta la cabeza. ¡No podía!
    Tuvo miedo, como si la luz de la luna sobre el potrero le mostrara el desamparo, su desamparo, el desamparo que empezó casi con su vida y cada día fue creciendo, por culpa propia y de las circunstancias, porque no se nace con las mismas oportunidades, aunque los políticos se llenen la boca prometiendo igualdades que no llegan, palabreando discursos que no se llevan bien con lo que pasa.
    Entonces fue el dolor como un cuchillo en la espalda, algo tibio que bajaba, el estampido, la caída, la cara contra la tierra y las piedras.
    No, no supo el orden, fue todo la misma cosa, como al mismo tiempo, aunque ya no tenía la menor importancia.

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