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Olía a tierra, y a algo más. A algo salvaje. Quise pedirle perdón, pero no hizo falta. Él recogió las llaves que se me habían caído al suelo y me las puso delante de la cara. Tuve que mirarlo, ver aquellos ojos profundos, los dientes poderosos.
—Cuidado con lo que bebes —murmuró.
—Gracias —le respondí, mientras recuperaba las llaves y rozaba su mano por un momento.
Él se confundió con la oscuridad. Yo me quedé apoyada en la pared, con la esperanza de que pensase que mis labios estaban pintados de sangre, que mi palidez era la de la muerte, que mi abrigo estaba hecho de tinieblas. Aunque haga frío y la niebla cubra mi cama como una telaraña, esta noche voy a dejar la ventana abierta.
Paula Caballeira, además de contar escribiendo, cuenta con sus propios labios. Por aquí va una muestra: https://youtu.be/iaUDYzldO3A
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