La chica lo atendió muy rápido.
- ¿Qué va a llevar?- le dijo sonriendo.
- Medio.
Ella fue hacia la pared que quedaba a sus espaldas donde debajo del
cartel de los gustos y los precios se encontraban los recipientes de plástico y
telgopor junto a los cucuruchos.
Volvió con uno de telgopor y le preguntó cuántos gustos.
- Tres. Dame chocolate con almendras, dulce de leche granizado y
tramontana. No. Tramontana no. Poné bananita dolca.
- Chocolate con almendras, dulce granizado y bananita.
- Sí. Perfecto.
Era una morocha bonita y atendía como si le gustara el trabajo que
hacía.
No había nadie más en la heladería, ni clientes ni otros empleados.
Tampoco estaba el dueño que lo había atendido alguna que otra vez. Sería
temprano todavía.
Una vez cargado el pote la chica le preguntó: - ¿Salsa?
- Caramelo.
Se tuvo que esforzar, agitar y apretar el pomo del caramelo varias
veces.
- ¿Cucharitas?
- No, gracias.
Ella tapó el pote, lo metió en una bolsita, le dijo el precio y le
cobró.
-Gracias por el cambio.
-No hay de qué.
Camino a casa pensó que el helado era un lujo que no podía darse seguido
y que con el medio kilo tenía para tres o cuatro noches. El helado de ahí era muy
rico y la chica nueva le pareció muy bien.
Volvió la semana siguiente, casi a la misma hora, pero había más gente.
La morocha estaba atendiendo y también el dueño. Le tocó el jefe.
-¿Qué va a llevar?
- Medio.
Cuando iba en busca del tarro de telgopor ya le pidió, dulce granizado,
chocolate con almendras y, esta vez sí, tramontana.
No hubo repregunta y esperó que el jefe no se equivocara. Era un hombre
de unos cuarenta años y daba impresión de pulcritud. La chica no llegaría a los
veinte.
- ¿Ponemos salsa?
- No, gracias.
- ¿Cucharitas?
- Tampoco.
El hombre le dijo el precio, pagó y después de recibir el vuelto salió
sin dejar de mirar otra vez a la empleada que seguía atendiendo con sus buenos
modos.
Le gustaban esos helados y además no eran muy caros. Podía darse el lujo
un par de veces por mes. Se estaba convirtiendo en un hombre grande sin
demasiadas pretensiones y ya calculaba cuánto le faltaba para la magra
jubilación que recibiría. Para seguir con los helados tendría que changuear un
poco cuando llegara el momento de no trabajar más.
La siguiente vez volvió a encontrar a la chica sola.
De nuevo con una sonrisa le preguntó qué llevaría y optó por tramontana,
chocolate y dulce de leche.
Mientras la empleada cargaba el helado él escuchó a sus espaldas
"buenas tardes", giró la cabeza y era el dueño. Respondió al saludo y
la chica también. El jefe entró levantando una parte del mostrador preparada
para eso y cuando la chica se acercaba al lugar donde tenía las salsas, detrás
del mostrador, justo frente al lugar donde esperaba su pedido, el dueño llegó
hasta ella, muy cerca, se miraron cara a cara y le dio un pico en los labios.
Después siguió su camino al cuartito al fondo del local y ella siguió con su
tarea.
- ¿Salsa?
- No, no.
- ¿Cucharitas?
- Tampoco.
Hoy llevaba la plata justa para pagar. No tuvo que esperar el vuelto.
Salió con la bolsita rumbo a su casa.
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