miércoles, 1 de enero de 2020

escribo (ejercicio) (sergio beleiro)


                Escribo el cuento de una muerte. Un cuento.
                Escribo una muerte.
                No soy el asesino, creo, ni el muerto (eso alguno ya lo ha escrito).
                No soy el asesino, digo; pero es verdad hasta cierto punto, porque asesinar con las palabras, en un cuento, tal vez sea una forma de homicidio; una forma de matar o al menos un plan, ciertas conjeturas, que no nos atrevemos a poner en práctica fuera del papel. ¿Imaginar e intentar hacer literatura para no acabar detrás de los barrotes?
                Fue una cuestión de venganza y que no sean hermanos no quita que la cosa no sea una variación de la historia de Caín y Abel;  pero en este caso sin un dios en medio ni ofrendas más o menos satisfactorias.
                Fue una cuestión de venganza, en el camino de los amoríos, por lo tanto con un tercero que facilita la discordia. Una pasión, como muchas veces se ha visto, que se desbanda por los celos.
                No quisiera meter a Otelo en este asunto ni tampoco hacer una historia de racismos, de blancos y de negros.
                Desde ya advierto, que otras cuestiones familiares, rivalidades y pendencias que vengan de un pasado más o menos remoto no tienen cabida en este cuento. Shakespereanos abstenerse.
                Tampoco hay incestos.
                Muerte, una, y venganza solamente.
                Dos amigos que darían su mano el uno por el otro con total desprendimiento (de la mano y hasta de una pierna) por ayudarse mutuamente sin pedir nada a cambio.
                Sin embargo la exactitud de estas actitudes caen cuando el asunto, la cuestión de polleras, de una pollera, invita a otra cosa y los acontecimientos se desencadenan.
                Ella, como cualquiera, podría ser hombre o mujer si nos placiera, plena de indecisiones, ejerce sus idas y sus vueltas, para luego decidirse sin demasiadas convicciones por el otro en lugar del uno, infligiéndole a ese uno, sin quererlo, un golpe inesperado, difícil, imposible de superar, por lo menos en ese momento de su historia.
                A partir de ahí, un par de discusiones, el uno con la otra, porque el otro piensa quedarse afuera como si no fuera con él la cosa.
                Los engranajes del pensamiento del ofendido triturando su espíritu, demoliendo sus principios, recirculando su odio como un veneno por las cañerías del alma.
                La decisión definitiva que no se deja esperar y el enfrentamiento, aunque enfrentamiento no fuera la palabra adecuada para lo que ocurre finalmente: algo que podría deslizarse por los carriles de un relato un poco heroico o tanguero de guapos de otro siglo, si no fuera por el cuchillo en la espalda, la noche y la huida inteligente aunque poco decorosa. La dama, sin que se le corriera la pintura, apartándose de la cosa para que la policía no pueda involucrarla en pendencias que no le incumben o no debieran incumbirle según ella.
                Un mutis por el foro en soledades del asesino que lo llevará a hacer turismo inesperado por las provincias de la patria hasta encontrar refugio en Bolivia.
                Entonces, fin, y si no fue un cuento ni una historia leída o escuchada, será un ejercicio de palabras, algo para perder el tiempo, o ganarlo, de un tipo frente a un teclado.





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