Escribo
el cuento de una muerte. Un cuento.
Escribo
una muerte.
No soy
el asesino, creo, ni el muerto (eso alguno ya lo ha escrito).
No soy
el asesino, digo; pero es verdad hasta cierto punto, porque asesinar con las
palabras, en un cuento, tal vez sea una forma de homicidio; una forma de matar
o al menos un plan, ciertas conjeturas, que no nos atrevemos a poner en
práctica fuera del papel. ¿Imaginar e intentar hacer literatura para no acabar detrás
de los barrotes?
Fue una
cuestión de venganza y que no sean hermanos no quita que la cosa no sea una
variación de la historia de Caín y Abel;
pero en este caso sin un dios en medio ni ofrendas más o menos
satisfactorias.
Fue una
cuestión de venganza, en el camino de los amoríos, por lo tanto con un tercero
que facilita la discordia. Una pasión, como muchas veces se ha visto, que se
desbanda por los celos.
No
quisiera meter a Otelo en este asunto ni tampoco hacer una historia de
racismos, de blancos y de negros.
Desde
ya advierto, que otras cuestiones familiares, rivalidades y pendencias que
vengan de un pasado más o menos remoto no tienen cabida en este cuento.
Shakespereanos abstenerse.
Tampoco
hay incestos.
Muerte,
una, y venganza solamente.
Dos
amigos que darían su mano el uno por el otro con total desprendimiento (de la
mano y hasta de una pierna) por ayudarse mutuamente sin pedir nada a cambio.
Sin
embargo la exactitud de estas actitudes caen cuando el asunto, la cuestión de
polleras, de una pollera, invita a otra cosa y los acontecimientos se
desencadenan.
Ella,
como cualquiera, podría ser hombre o mujer si nos placiera, plena de
indecisiones, ejerce sus idas y sus vueltas, para luego decidirse sin
demasiadas convicciones por el otro en lugar del uno, infligiéndole a ese uno,
sin quererlo, un golpe inesperado, difícil, imposible de superar, por lo menos
en ese momento de su historia.
A
partir de ahí, un par de discusiones, el uno con la otra, porque el otro piensa
quedarse afuera como si no fuera con él la cosa.
Los
engranajes del pensamiento del ofendido triturando su espíritu, demoliendo sus
principios, recirculando su odio como un veneno por las cañerías del alma.
La
decisión definitiva que no se deja esperar y el enfrentamiento, aunque
enfrentamiento no fuera la palabra adecuada para lo que ocurre finalmente: algo
que podría deslizarse por los carriles de un relato un poco heroico o tanguero
de guapos de otro siglo, si no fuera por el cuchillo en la espalda, la noche y
la huida inteligente aunque poco decorosa. La dama, sin que se le corriera la
pintura, apartándose de la cosa para que la policía no pueda involucrarla en
pendencias que no le incumben o no debieran incumbirle según ella.
Un
mutis por el foro en soledades del asesino que lo llevará a hacer turismo
inesperado por las provincias de la patria hasta encontrar refugio en Bolivia.
Entonces,
fin, y si no fue un cuento ni una historia leída o escuchada, será un ejercicio
de palabras, algo para perder el tiempo, o ganarlo, de un tipo frente a un
teclado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario