Al llegar al mundo torcieron hacia afuera y se torcieron ellos mismos hasta que Dios que los tenía en su mano la abrió y los dejó caer porque no hay mano de dios que pueda torcerse tanto. Y ahí siguen los dejados de la mano de Dios torciéndose y retorciéndose en el despeñadero del vacío que no tiene fin. Dónde estará el dios que cierre otra vez su mano para sostenerlos. No está.
De Estancias para no estar.
Tomado de Diario de Poesía Nº 57, otoño de 2001.
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