miércoles, 5 de julio de 2017

García Lorca

Hace un tiempo escuché que Federico García Lorca fue fusilado por poeta, puto y republicano.
             Posiblemente fue traicionado; fue asesinado y desaparecido.
En todos lados se cuecen habas y aunque la humanidad progresa, la humanidad siempre es escasa.
Se puede llegar a su obra por el interés que despierta su historia o su leyenda, o por algunas canciones que llevan sus palabras y no está mal.
La cuestión es darse cuenta de la importancia de su obra más allá de su desgracia de asesinado o de lo que se dice de él.
Se puede llegar a sus escritos por cualquier lado, pero hay que meterse en sus palabras.
Lo mismo corre para el que llega a Miguel Hernández por las canciones de Serrat o a otros poetas a través de Paco Ibáñez o a Rafael Alberti a través de Attaque 77.
            De manera parecida, aunque a veces sea complicado, no habría que negarse a otras obras por la malhadada historia de sus creadores. No podemos negarnos a los cuentos o poemas de Borges por sus opiniones políticas conservadoras o retrógradas, ni a “Viaje al fin de la noche” por haber sido Céline racista o colaboracionista (aunque también pacifista).
El asunto es que más allá de los errores y aciertos, de las vidas más o menos complicadas, de los finales felices o terribles de los autores a los que nos asomamos, sus obras son concretas, están ahí. Si se perdieran las identidades de quienes las crearon pero nos quedaran esos libros, las palabras serían las mismas. Podríamos leerlas y releerlas y, tal vez, puestos a divagar, hasta inventarles un autor con una vida completamente distinta a la real, una vida fantástica que tampoco podríamos imaginar cabalmente hasta el último detalle.





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