No lo puedo
explicar. Es una sensación. Viene desde lejos, de cuando era chico y de un
lugar que puedo identificar y que no ha cambiado demasiado.
Hay pocas cosas
más tristes que una persona comiendo sola en un bar.
O para hacerlo
más oscuro, una persona sola cenando en una mesa apartada al fondo del local.
Sé que esa
situación no implica siempre la tristeza de la soledad más grave, puede ser
algo eventual, algo tan pasajero como un gran apetito que aparece sin que se pueda
llegar a casa pronto, pero a los ojos de ese niño que yo era, era lo más triste
que le podía ocurrir a una persona.
Esta percepción
de la tristeza en la imagen de alguien comiendo solo en un bar o en un
restaurante, todavía me sigue. Soy incapaz de comer fuera de casa y solo. No lo
hago, me resisto, vuelvo a casa muerto de hambre y solo.
Fue por
Constitución, la persona era un hombre, cenando en un comedero común y
corriente enfrente de uno de los lados de la estación, en una mesa que daba a
la calle, con la ventana abierta en una noche de verano.
Hoy pienso, que
mientras el hombre masticaba, tenía la mirada perdida y no se daba cuenta de
estar bajo la mirada de un niño que lo miraba desde la ventanilla de un
colectivo que se había detenido, justo en la parada de esa vereda, frente a ese
bar, con el solo motivo de crear una tristeza o una angustia para el hombre que
el niño algún día iba a ser.
Puede ser la
imaginación de un chico no muy imaginativo que el transcurso de los años fue
agrandando para adornar la seca historia; pero la imagen fue real y se me quedó
adentro, en ese entonces me puso un rato triste y, hoy en día, me hace evitar
el comer solo en cualquier lugar que no sea mi casa.
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