La lista era
imperfecta, casi interminable. Nadie sabe si se llevaban copias de la misma.
Nombrar
ladrones y corruptos, asesinos y falsarios, banqueros y negreros, los esbirros
de la prensa y los demás crápulas del mundo, es una tarea inagotable, sin
contar que muchas veces la clasificaciones se solapan o se imbrican y ciertos
nombres participan en varias categorías sin hacerle asco a ninguna.
Dios se negó a
mirar la nómina de manera terminante porque era Dios y fungía en su forma
omnipotente.
Satanás
encontró a la primer ojeada, y consta que no vio más de tres columnas, muchos
nombres que revistaron y revistaban en las filas del Señor y por quienes el
Señor, haciéndose el difunto, jamás había puesto el grito en el suelo.
Como toda lista o cualquier enumeración
posible, que no tiene más que principio y jamás tendrá final, sólo tendrá
lectores sesgados y ladinos acallados, pasará a ser pieza de museo en el mejor
de los casos o documento perdido en sótanos mal ventilados criando, en la
dejadez de esos recintos, las mutilaciones y manchas del tiempo, el paso de las
ratas y la humedad imperdonables.
Tal vez en ese
trámite de manchas y pérdidas irreparables la lista se torne más misteriosa e
interesante dando lugar en el futuro a una búsqueda del tesoro que no llevará a
ningún tesoro ni a ninguna parte.
Difícil el oficio del escriba de las listas imperfectas, es tanta la esperanza en poder tachar un nombre como improbable que llegue alguna vez esa oportunidad.
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