martes, 19 de enero de 2021

Un paisaje de dedos amarillos (Sergio Beleiro)

 

Un paisaje de porotos, cartas y vasos con vermut, de bocas que se tuercen para exhalar el humo hacia un costado tratando de no molestar a los demás. Viejos tramposos e inocentes jugando al truco, gritando sus triunfos y sus derrotas. Tahúres de papel que no olvidan con los años el arte del juego y las triquiñuelas. Con risas de fondo, el choque de las bolas de billar y más allá, fuera del salón, los gritos y querellas de un partido de papi futbol que se complica, gente que charla y chicos que van y vienen, cervezas y gaseosas que se destapan en el mostrador y en las mesas; maní, salame, queso y aceitunas.

             

            Un paisaje de dedos amarillos y ceniceros, de bocas que dejan escapar un humo rancio, que se suma a los otros en la habitación pequeña, con las ventanas cerradas y vasos anchos de whisky nunca vacíos del todo. Una mesa de cuatro y cuatro tahúres de cartón con un poco más de dinero que los jugadores del salón del club de barrio, un poco más de dinero  y la capacidad o la desvergüenza de jugarse el sueldo y hacerle correr la coneja por diez días a la patrona y a los hijos sin mucho remordimiento. Otro ámbito, un lugar cerrado donde el humo no llegará a disiparse nunca sino que se condensará en las cortas dimensiones, en el pequeño volumen que la geometría del cuarto propone.

Esto pasa muy cerca, a unos pasos, en la casa lindera o en un cuarto detrás del buffet al que no se puede acceder sin el guiño del señor del mostrador.  El amarillo de los dedos más marcado en alguno de los jugadores sobre la palidez de unas manos que no añoran el sol, nicotina acumulada y seguramente riñones más comprometidos, hígados andando el camino de la cirrosis, menos años por venir y más dificultades por atravesar.

Aquí la triquiñuela no debiera tener cabida, ni la trampa burda.

Casi no llegan ruidos extraños de riñas ajenas ni pelotas, es un lugar donde la sonrisa no le cabe a todos o es un esbozo y no dura mucho. Tal vez la gran sonrisa de la fortuna agraciará a alguno esta noche, pero difícilmente vaya a repetirse mañana. Tampoco hay mucho miedo, sino el estado de alerta, saber de las trampas, la inquietud de lo que pudiera. La trampa posible, a la vista o fuera de la vista, a esta altura de la experiencia es improbable; aunque en la tensión del asunto de las fichas y la plata que representan lo improbable puede tornarse paranoicamente posible, por la cuestión subjetiva, porque no hay ruidos que distraigan, ni bolas que se choquen, ni discusiones en la cancha, solamente las cartas y la plata en juego, la satisfacción de la semana y nada más si la suerte y el saber lo dispusiesen, o el desamparo y la necesidad de otro dinero, bien o mal habido, para pagar las cuentas, las deudas con alguien más virtuoso o afortunado o engañoso que uno y, entonces, una esposa haciendo malabares para criar a los chicos buenamente y la presunción cada vez más cercana del divorcio.

             Pero será una noche tranquila, nadie se detendrá en las triquiñuelas, ni habrá señales que permitan la duda, suponer una trampa, observar algo fuera de lo normal a lo cual darle especial significado para intentar una pelea. Las cartas no están marcadas y lo saben. Como que con un cuatro de copas, una sota de bastos y un cinco de espadas hay pocos malabares para hacer y hay partidas en las que no se asoman nunca las cartas que se esperan… y las otras llegan una y otra vez.

 

Hay, es sabido, tahúres en un escalón superior, tal vez más desgraciados, pero vaya uno a saberlo, intentando conformase u olvidarse, con una buena noche, de todas sus pérdidas. Quizás un sueño compartido por todos los jugadores del mundo en cualquier timba.

 

Y hay los que se juegan una fortuna cada noche pero tienen siempre el paño suficiente para perder otra fortuna en la misma u otra mesa la misma noche o la siguiente.

 

También están los grandes, los tahúres verdaderos, los que juegan siempre con la plata ajena, los que se juegan nuestra vida, en presente y en futuro, cada día, sin darle la menor importancia.

 Éstos raramente pierden y si pierden nunca pierden su dinero.

 Por los salones del club nunca nadie los ha visto.





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