Golpes como del odio de Dios;
como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas
oscuras
en el rostro más fiero y en el
lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de
bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos
manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los
Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el
Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las
crepitaciones
de algún pan que en la puerta
del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve
los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos
llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo
vivido
se empoza, como charco de culpa,
en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan
fuertes... Yo no sé!
Los heraldos negros, 1918. Editorial Losada, 9ª edición.
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