desde el balcón observa el horizonte, un fondo de nubes negras más allá, y algunos refucilos.
nunca le gustó mirar hacia abajo, una extraña sensación que no era vértigo pero que le resultaba demasiado desagradable intentaba impedírselo siempre que se asomaba desde cualquier lugar a cierta altura. sin embargo, la curiosidad pudo más y vio hacia abajo. en la claridad de las primeras horas, una calle raramente limpia y desierta aguardaba el infierno del tráfico y el trajín de cualquier día que hoy no ocurriría.
le extrañó que no hubiera nadie, que no hubiera al menos un perro o un borracho, un joven trasnochado o alguien esperando el colectivo para ir a trabajar.
los nubarrones hacia el fondo lo ocupaban todo y ganaban terreno en las alturas hacia la ciudad, como un ejército invasor gris y negro entre rayos y truenos (todavía parecidos a fuegos de artificio y redobles de tambores como un murmullo en la lejanía).
ahora, empezaba a sentir un airecito fresco y agradable que el viento empujaba desde la lejana tormenta.
no, no volvería a mirar hacia abajo.
tampoco al horizonte.
entró y cerró la puerta ventana del balcón.
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