De repente, sin que hubiera ningún motivo conocido,
En medio de la multitud diferente e indiferente
Me dio una gana enorme de morir.. .
No sé si fue la brusca soledad en que me encontré,
No sé si fue una sensación de pequeñez que siento a veces -
Pero deseé absurdamente morir.
Y fue la primera vez que miré a la muerte sin ningún terror,
Hasta con una cierta ternura.
Yo estaba solo en la calle.
Solo y desconocido,
Tan aislado como siempre.
Los hombres pasaban sonriendo,
Las mujeres sonreían del brazo de los hombres,
Y había un perfecto equilibrio en la multitud.
Y entonces comencé a pensar en mi vida.
En mi vida para siempre desequilibrada
Y en esta realidad incomprensible y triste de ser poeta.
Y deseé desaparecer, quién sabe, por percibir que sobraba.
La muerte fue el único remedio que encontré,
Porque me haría no contar más.
Y en aquel momento hubiera cerrado los ojos perfectamente feliz
Y perfectamente feliz me hubiera perdido en la infinita igualdad. . .
El poema pertenece al libro Navio Perdido (1929).
Fue tomado de Jandira y otros poemas, Centro Editor de América Latina, 1983.
Traducción, selección y notas de Rodolfo Alonso.
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