miércoles, 20 de julio de 2016

Al lector (Charles Baudelaire)

La necedad, el yerro, el pecado, la roña,
ocupan nuestras almas, trabajan nuestros cuerpos;
y como los mendigos alimentan su mugre,
así nutrimos nuestros blandos remordimientos.

Nuestro pecado es terco, nuestra contrición floja;
con creces nos hacemos pagar lo confesado,
y alegres retornamos al camino fangoso,
creyendo nuestras culpas lavar con viles llantos.

En la almohada del mal es Satán Trimegisto
quien largamente acuna nuestro ser hechizado,
y el precioso metal de nuestra voluntad,
íntimo lo evapora ese químico sabio.

¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!
A las cosas inmundas encontramos encantos;
y sin horror, en medio de tinieblas hediondas,
cada día al Infierno descendemos un paso.

Tal como un libertino pobre que besa y muerde
el seno magullado de una vieja ramera,
robamos de pasada un placer clandestino,
que exprimimos bien fuerte como naranja seca.

Denso, hormigueante, así como un millón de helmintos,
un pueblo de Demonios hierve en nuestras cabezas;
y cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
baja, río invisible, con apagadas quejas.

Si el tósigo, el estrupo, el puñal, el incendio,
de agradables dibujos no ornaron todavía
el trivial cañamazo de nuestra pobre suerte,
es, ay, porque nuestra alma no es bastante atrevida.

Pero entre las panteras, los monos y los linces,
los buitres, escorpiones, serpientes y chacales,
los monstruos aulladores, rampantes, gruñidores,
de todos nuestros vicios en la leonera infame.

¡Hay uno que es más feo, más inmundo, más malo!
sin lanzar grandes gritos ni mostrar grandes gestos,
convertiría a gusto la tierra en un despojo
y tragaría el mundo en un solo bostezo.

¡Es el tedio! -De llanto involuntario llena
la mirada, su pipa fuma y sueña patíbulos.
Tú conoces, lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector -mi igual-, ¡Hermano mío!

Las Flores del Mal -1857
Traducción de Nydia Lamarque


Estás en la secundaria, tenés 16 o 17 y te torturan con Lugones en poesía y en prosa con El inglés de los güesos. De repente cae en tus manos un libro usado, viejo y ajado: Las flores del mal de Charles Baudelaire.
No tenés la menor idea de cómo se pronuncia ese apellido francés porque de francés ni jota, como ni jota de inglés ni de castellano.
Lo abrís y este poema prólogo te da un cachetazo despabilatorio. ¿Qué es ésto? ¿Poesía?  Sí y el poema te lleva a otra cosa: a ese libro extraño y más allá. Te lleva a abrir la mente. La mente se abre y comienza la búsqueda.
Fue así, te llevó para otro lado, fue un poema necesario y suficiente para hacerte parar las antenas, para que, un tiempo después, pudieras encontrar el surrealismo, el hermetismo, la poesía social, el coloquialismo, otros poetas malditos, otras puertas, otros caminos, porque la verdad puede aparecer en cualquier parte, como la mentira. Hay que abrir los ojos.
Al lector es "un poema de ésos".
No sabía entonces, como no lo sé ahora, si era una buena traducción. Pero no importa, vino con un poema de otro mundo. Logró interesarme como para hacerme encajonar por un buen tiempo a Lugones y abrir los ojos, tan nuevos todavía, a otras cosas.

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