lunes, 1 de mayo de 2017

El baile de los ahorcados (Arthur Rimbaud)


























Negro patíbulo grotesco y rengo                                
donde cabriolan los condenados;
bailan y saltan los esqueletos,―
bufones locos, siervos del diablo.

El doctor Luzbel tira de la cuerda
y títeres negros inician su danza,
golpean el cráneo con rotas chancletas,
frenéticos bailan, grotesca comparsa.

Sus brazos raquíticos al chocarse, suenan,
como órganos lúgubres. Sus pechos al sol,―
que un día estrechaban gentiles doncellas,
ahora se estrujan en horrible amor.

Oh, los bailarines ya no tienen panza,
hacen sus cabriolas en el picadero,
pero no se sabe si pelean o danzan.
Belcebú furioso toca el violoncelo.

Sus talones duros golpean las tablas
y hasta su camisa de piel han sacado.
En sus testas mondas blanquea la escarcha.
Si no es bello el resto se ve sin escándalo.

Cuervos empenachan algún cráneo hendido.
Un girón de carne cuelga de un mentón.
Parecen sombríos luchadores tiesos
que entrechocan negras armas de cartón.

Acompaña el baile de los descarnados
el viento que chirria la horca de hierro.
Responden los lobos del bosque lejano
y alumbran reflejos rojizos de infierno.

Vaya, apartad lejos los huecos troneras
que muestran sarcásticos en sus rotos dedos
un rosario triste de pálidas vértebras.
Apartadlos; ea: ya me cansa verlos.

Esperad... en medio del coro macabro,
bajo el cielo rojo salta un esqueleto.
Se encabrita como si fuera un caballo,
sintiendo aun la soga que le aprieta el cuello.

Ved como se crispa, golpeando su fémur
que cruje; y se ríen sus órbitas secas;
parece un farsante, un finado loco,
rebotando en medio de las osamentas.

Negro patíbulo, amable y rengo
donde cabriolan los condenados;
bailan y saltan los esqueletos,
negros y secos siervos del diablo.

Este poema fue tomado de un pequeño y viejo libro de tapa rosa y manchada: Antología Poética de Rimbaud, Editorial ABC, Buenos Aires,1947. La traducción pertenece a Primitivo Gayo de quien no tengo más datos. No puedo juzgar la traducción, pero fue mi primer acceso a la obra de Arthur Rimbaud. El poema, se supone, fue escrito por Rimbaud antes de cumplir los 16 años.

Nota: en esta versión figura chirria y no chirría, juzgue el lector si es un error o una licencia del traductor.

Para los que tienen la suerte de manejar el francés dejo el poema original:


Bal des pendus.

Au gibet noir, manchot aimable,
Dansent, dansent les paladins,
Les maigres paladins du diable,
Les squelettes de Saladins.

Messire Belzébuth tire par la cravate
Ses petits pantins noirs grimaçant sur le ciel,
Et, leur claquant au front un revers de savate,
Les fait danser, danser aux sons d’un vieux Noël !

Et les pantins choqués enlacent leurs bras grêles
Comme des orgues noirs, les poitrines à jour
Que serraient autrefois les gentes damoiselles
Se heurtent longuement dans un hideux amour.

Hurrah ! les gais danseurs, qui n’avez plus de panse !
On peut cabrioler, les tréteaux sont si longs !
Hop ! qu’on ne sache plus si c’est bataille ou danse !
Belzébuth enragé racle ses violons !

Ô durs talons, jamais on n’use sa sandale !
Presque tous ont quitté la chemise de peau ;
Le reste est peu gênant et se voit sans scandale.
Sur les crânes, la neige applique un blanc chapeau :

Le corbeau fait panache à ces têtes fêlées,
Un morceau de chair tremble à leur maigre menton :
On dirait, tournoyant dans les sombres mêlées,
Des preux, raides, heurtant armures de carton.

Hurrah ! la bise siffle au grand bal des squelettes !
Le gibet noir mugit comme un orgue de fer !
Les loups vont répondant des forêts violettes :
A l’horizon, le ciel est d’un rouge d’enfer…

Holà, secouez-moi ces capitans funèbres
Qui défilent, sournois, de leurs gros doigts cassés
Un chapelet d’amour sur leurs pâles vertèbres :
Ce n’est pas un moustier ici, les trépassés !

Oh ! voilà qu’au milieu de la danse macabre
Bondit dans le ciel rouge un grand squelette fou
Emporté par l’élan, comme un cheval se cabre :
Et, se sentant encor la corde raide au cou,

Crispe ses petits doigts sur son fémur qui craque
Avec des cris pareils à des ricanements,
Et, comme un baladin rentre dans la baraque,
Rebondit dans le bal au chant des ossements.

Au gibet noir, manchot aimable,
Dansent, dansent les paladins,
Les maigres paladins du diable,
Les squelettes de Saladins.


Agrego otra traducción, encontrada en la red y de la que desconozco el autor. (http://elbailedelosahorcadosarthurrimbaud.blogspot.com.ar/)


En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines, los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquí en un monesterio!

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

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