Me pongo a pensar en cómo evolucionará la especie sin mí, cuando yo no sea más que una urna funeraria.
Es posible que alguien me lleve flores frescas que las moscas se encargarán de pudrir.
Puede que todo eso suceda antes de estar muerta.
No hay límites en las teorías sobre catástrofes.
El trayecto más corto entre la existencia y el olvido pasa por un retrato de espaldas.
Me pregunto, de forma científica, si seguirán caducando los yogures en la nevera.
Si las telarañas se cansarán de tejer mantos de una rama a otra de los árboles.
Si nacerán enanos y se detendrá el crecimiento de los apartamentos a la orilla del mar.
Quisiera reinventar, antes de abandonar el mundo, el olor de los recuerdos,
de ese zapato viejo que conserva el aroma de un fantasma, despedazar las fórmulas químicas y hacer que la física de los cuerpos no sea más que un flechazo.
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